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Jóvenes españoles olvidados

    ¡QUE inventen ellos!, de Miguel de Unamuno, expresaba la opinión de la sociedad española sobre la ciencia; cien años después, la situación parece no haber cambiado demasiado.

    El crecimiento económico sostenido de los países desarrollados debe basarse en el saber hacer lo que otros no hacen, porque la competitividad internacional basada en costes de mano de obra resulta imposible con los países asiáticos. Conseguirlo depende de la atención que se preste a la investigación. Para ello es preciso definir previamente los sectores estratégicos a potenciar, planificarla de forma estable y crear instrumentos de financiación.

    También la educación, desde los primeros años, será fundamental para generar en niños y jóvenes cualidades como curiosidad, iniciativa, trabajo en equipo, constancia, capacidad analítica, observación y trabajo bien hecho.

    Durante la pandemia los medios de investigación están poniendo voz e imagen a numerosos españoles integrados en equipos de investigación de organismos públicos, laboratorios, universidades e instituciones sanitarias de reconocido prestigio internacional, dedicados a desarrollar medicamentos y vacunas contra la COVID-19 y conocer mejor la enfermedad.

    España incurre en la triste paradoja de dedicar importantes recursos a la formación de nuestros jóvenes, de la que se benefician otros países.

    He tenido ocasión de conocer a un joven coruñés, César de la Fuente Núñez, elegido por la American Chemical Society como el mejor investigador joven de enfermedades infecciosas de EE. UU. Actualmente es catedrático de Bioingeniería y Microbiología en la Universidad de Pensilvania, tras haber pasado por la Universidad de León, la British Columbia de Vancouver y el Instituto Tecnológico de Massachussets.

    César y su equipo de investigación han desarrollado un test para detectar la COVID-19 mediante el uso de un chip de cartón, o papel, que lleva un circuito eléctrico, en el que se deposita una gota de saliva; este chip se conecta a una unidad USB, que a su vez se inserta en el teléfono móvil y a los cuatro minutos se obtiene el resultado, con una fiabilidad en torno al 90 por ciento. El desarrollo de este proceso de investigación permitiría aplicarlo a la detección de bacterias y otros virus.

    Jóvenes como César merecen nuestro recuerdo y aplauso y el compromiso de instituciones públicas y privadas, de crear un ambiente investigador que permita su retorno, y evite su éxodo masivo. Ellos forman parte del grupo de olvidados por nuestra sociedad.

    13 mar 2021 / 01:00
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