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Juliette Gréco, un recuerdo desde el Auditorio de Galicia

    La musa del existencialismo y la chanson francesa a partir de los cincuenta nos dejó, poco más que nonagenaria, aunque en Santiago pudimos escucharla en el Auditorio de Galicia, el 7 de abril de 1990, con un programa de su estilo. En sus notas de presentación, recordaba sus raíces corsas y francesas, por parte de madre; los años amargos de la ocupación, en un campo de concentración y los primeros estudios con Héléne Duc, actriz de talento, quien la ayudó a forjarse en ambos mundos. En el teatro, pudo conocer a Jean-Louis Barrault, Solange Sicard y Pierre Duc o el Sr. Le Golf. En 1950, cantó por primera vez en el mítico “Le Bouef sur le toit”, con el pianista Jean Wiéner, antes de presentarse en “L´Antipoli”, de Jean-Les Pins, con Claude Luter, y después en le “Rose Rouge”. El teatro la esperaba en espectáculos como “Victor ou les enfents au puvoir”, de Michel de Ré, en el Téâtre d´Agnes, de Capri; “Anastasia”, de Marcelle Mausette y en “Bonheur impair et passé”, de François Sagan, con Daniel Gèlin y Jean-Louis Trintignant. No faltará el cine: “Reine de Baccantes”, de Jean-Pierre Melville; “Quant tu liras cette lettre”, con Philippe Lemaire, padre de su hijo y otras experiencias escénicas, con John Huston, Richard Fleicher, Trevor Howard y Erroll Flynn.

    “Jujuve”- su personal y cariñoso mote- en la autobiografía suya publicada aquí por “, Argos-Vergara”, destaca en uno de los capítulos el mundo de artistas cercanos a su vida. Jacques Brel, franco-belga desde 1959, y que conoció en compañía del pianista Gérard Jouannest, en su casa de la rue de Verneuil y que le traía la canción “On n´oublie rien”, un pianista que compondría más de cuarenta de sus éxitos. Brassens, de quien había quedado prendada por “L´auvergnac” y que fue a escucharle en “L´Olimpia”. Hizo por tropezarse con él consiguiendo su objetivo. El cantante acabó dedicándosela, con el compromiso de que la cantase en su debut en “Bobino”. Más tarde, le compuso “Le temps passé”. Léo Ferré, acompañado por sus amores locos y sus fundados odios, también la tuvo en sus preferencias, a las que se añadirá Boris Vian, el tiempo de la música y la canción, cuyo corazón demasiado grande se lo llevó muy pronto. Serge Gainsbourg, el músico, pintor; el hombre negra-luz, de todos los talentos e inquietudes. Desnos, prematuramente desaparecido y Charles Aznavour, el pequeño gran hombre. Guy Béart, y sus heridas secretas, agazapadas tras su sonrisa. Mac Orlan y sus viajes inamovibles. Pierre Louki, cruel selenita, con su risa sobreaguda y dramática.

    Pierre Délanoë, orfebre de la canción, para quien el oficio no tiene secretos o Philippe Gérard, el músico sutil y complejo. Jean Ferrat, su voz y su flor púrpura, además de François Dorin, que logró fascinar a los demás, pequeño milagro de encanto. El prolífico y apabullante Bernard Dimey. Y Vd. Sr. Charles Trenet, sin su ayuda la canción no habría llegado a ser lo que es; Vd., a quien los autores y compositores tanto deben; Vd. que a pesar de lo que representa ante los ojos de los demás, escribió para una pequeña Gréco “Coin de rue”, en una esquina de un papel blanco, que recubría la mesa de un restaurante. Jean Paul Sartre, Jules Laforgue, Aragon, Eluard, Marie Noël, Prevert- tantas veces-, o Jean Renoir, François Billetdoux...la lista es demasiado larga.

    De los orquestadores, también el resultado de una elección: André Popp, Alain Gorqguer, Jean-Michel Defaye; Claude Bolling, Philipp Gérard y para sus inicios en el disco ¡Michel Legrand!- recordemos que aquel año, le tuvimos también en el Auditorio de Galicia, para un ciclo “Os Músicos no Cine”-, ofrecido el 6 de noviembre. Con François Rauber, además de su amistad musical, existirá una real amistad, el mismo que había sido director de los discos de Jacques Brel. La presencia de Pierre Carrére, ocupa un lugar muy importante en la vida de Gréco. George Walter y Philippe Gérard: “Les canotiers”, belleza pura y perfecta, un Manet, un Monet, un Renoir hecho música. La Grecó, en agradecimiento a Brel, una vez muerto, cantará acompañada al piano por Gérard Jouannest.

    De su programa aquí, preferencia a Jacques Brel, por algunas de las piezas en arreglo de Jouannest. Lo más selecto de la sesión: “Bruxelles”, “Je suis bien”, “Le chanson des vieux amants”, “J´arrive”, “Le tango fúnebre”, “Ca va le diable”, “Voir un amie plereur”, “Regard bien petit”, “La valse a mille temps” y, evidentemente, “Ne me quite pas”. El resto, “Non Monsieur, je n´ai pas vingt ans”, de Henri Gogaud; Léo Ferré, con dos chansons: “Jolie mome” y “Paris canaille”. Jean Dréjac, “Sous le ciel de Paris” y Serge Gainsbourg, con “Accordeon”. Jacques Prevert, y la inmarchitable “Les feuilles mortes” y Robert Niel, con “La place aux ormaux”, además de una chanson muy suya, “Si tu t´imagines”, de Joseph Kosma/Raymond Quenau.

    Juliette Gréco, en esa confidencial autobiografía, se presenta escuetamente: Me llamo Juliette Gréco. Nunca he usado un pseudónimo. Nací un 7 de febrero. Me ha dicho mi madre que aquel día llovía. Y la lluvia ayuda a crecer a todas las plantas, incluso a las venenosas. Viví una infancia miserable en lo que atañe al corazón, y dorada en lo que respeta al bienestar material. Es así, dando tumbos, entre la sombra y el sol, como se llega a ser contestataria.” Gréco, contando su verdad, casi toda su verdad, no consigue excluirse como símbolo; símbolo de una generación de intelectuales y artistas europeos, adolescentes, casi jóvenes como ella cuando la eclosión del existencialismo a lo largo de una década de la postguerra europea, de una generación de artistas ahora serios y maduros como ella y que no confesarían, porque creen haberlas olvidado, que sus respectivos personales conservan las raíces de aquel Saint Germain-des-Prés, existencialista, aunque no depravado.

    26 sep 2020 / 01:06
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