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La aventura de Cayetana

    VENGANZA. Es lo primero que se viene a la cabeza frente al debut como youtuber de Cayetana Álvarez de Toledo, exportavoz de los populares en el Congreso. Por esa vía, aspira a comunicarse con “votantes y exvotantes del PP” para “reflexionar públicamente sobre los grandes debates políticos y culturales que nos afectan a todos”.

    Que su canal lleve por nombre Catilinarias podría obedecer a varias razones. Un homenaje a Cicerón. También por coincidencia de sus tres primeras letras con las siglas de su nombre que calzan, a su vez, con la abreviatura de la comunidad que acoge a Barcelona, por la que se mantiene como diputada.

    Pero hay más simbolismos. Así como Cicerón pronunció sus discursos después de descubrir y reprimir una conjura en la que “los enemigos eran también ciudadanos de Roma”, la exportavoz desveló que, aunque preparada para recibir ataques, no lo estaba tanto para los procedentes desde la estructura de su propio partido.

    Pero su aventura comunicacional es más ambiciosa. Busca explorar hasta donde llega la libertad de una “diputada de base”, libertad que ya Max Weber calificaba como “lujo” para quienes hacen parte de los debates parlamentarios.

    Se trata, en resumen, de un pulso entre libertad ideológica y obediencia que, aunque los medios insisten en reducir a una condición personal de “verso suelto”, interpela la propia naturaleza de los partidos y, sobre todo, la forma de procesar las diferencias en regímenes parlamentarios.

    Le pone luz a la tensión, ya advertida por Juan José Linz, entre la idea de representación, que asegura la independencia de representantes que, habiendo sido elegidos en una lista, el partidismo que orienta a los votantes podría hacer que incluso ignoren el nombre de por quién votan, y la aspiración de gobiernos coherentes para lo que, tradicionalmente, se ha buscado limitar su autonomía.

    La exigencia se ha extremado por la jerarquización y control a la que, en aras de lealtad férrea frente a tendencias centrífugas, han llegado los hiperliderazgos. El necesario equilibrio entre disciplina y debate interno parece haberse zanjado por la vía de sacrificar la calidad de los candidatos, aspecto en el que coinciden los estudiosos. El asunto resulta dramático porque, tal como señala David Jiménez, la covid-19 ha demostrado cómo la escasa idoneidad de quienes toman decisiones cobra cotidianamente vidas.

    El tiempo mostrará las posibilidades y los límites de un experimento que, aunque podría tener otras consecuencias (¿un cayetanismo al interior del PP?), busca –por lo pronto– ampliar una libertad parlamentaria cuya falta resulta más llamativa en partidos que se dicen liberales.

    El margen de mejora es grande. Los partidos han mostrado una tan calculada, como también insuficiente, adaptación a las exigencias de su entorno, traducida en primarias para elegir candidatos así como en ampliar el financiamiento público.

    En esta línea, cabe preguntarse si cuando Pablo Casado declara que su partido “debe parecerse lo más posible a la sociedad” piensa también en hacer suya la exigencia de crear esas culturas inclusivas y diversas a la que se ven sometidas hoy todo tipo de organizaciones.

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