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La corrupción eterna

Dijo una ministra de alguno de los gobiernos de Zapatero que el dinero público no es de nadie. No pretendía proclamarse candidata a algún premio Nobel, sino dar a entender que el dinero público puede ser gastado a discreción de quienes gobiernan. En realidad, sí que es verdad que el dinero público no es de nadie, pero lo era, ya que siempre proviene de los impuestos o las incautaciones de los bienes de los particulares, o de la explotación de su trabajo. Y también es cierto que ese dinero vuelve a tener propietario cuando es redistribuido en el pago de salarios públicos, pensiones o en la financiación de los servicios. Por eso podríamos decir que el estado es solo una fase intermedia en la circulación de los bienes privados, lo que hace que no deba ser un fin en sí mismo, sino un medio para lograr el bienestar y la seguridad de la gente corriente.

Pero desde hace casi 5.000 años ha habido en el seno de las administraciones estatales algunas personas que pensaron que el estado debería ser un fin en sí mismo, y sobre todo un fin para ellos y su propio beneficio. Esas personas son los eternos corruptos, que van desde los escribas del antiguo Egipto a los políticos, empresarios y financieros de la actualidad. En el antiguo Egipto toda la riqueza era controlada por los escribas, que serían lo que nosotros llamamos funcionarios. En cada aldea había alguno que medía la extensión de las fincas concedidas en explotación a los campesinos, para calcular el rendimiento de las cosechas y de todo lo que se podía producía en la aldea. Parte de esos bienes se cobraban como tributo y se almacenaban en los silos de la aldea, de la ciudad más próxima o de la capital del nomo, que sería el equivalente de nuestras provincias.

Con esos bienes el faraón pagaba, casi siempre en especie, a los propios escribas, a soldados, sacerdotes y a los trabajadores reclutados para la construcción de las obras públicas. Cuando se hacía una pirámide o un templo, un proceso que solía llevar muchos años, los escribas hacían la lista de la recluta de canteros, albañiles y todo tipo de trabajadores, y se encargaban de tener disponibles las raciones en comida, bebida, ropa y calzado necesarias para los movilizados. Pero sabemos que muchas veces esos escribas detraían parte de esas raciones, se las quedaban y las vendían a otras personas, con lo que el trabajo se podía volver insoportable. Los trabajadores entonces podían dejar de trabajar o huir a los confines del desierto o a los pantanos, y quedarse allí llevando una vida como bandidos o simplemente intentando sobrevivir. Sin embargo, lo más normal es que se les intentase hacer volver al trabajo por parte de escribas de nivel superior que investigaban lo que había ocurrido, castigaban a los corruptos y reestablecían el orden laboral. En la literatura, a veces un campesino lleva la protesta al propio faraón, que castiga a los culpables, pero naturalmente eso solo es literatura, porque llegar al faraón era imposible.

Este modelo de corrupción en el gasto público fue propio de todas las culturas orientales. Se trata de viciar los mecanismos de redistribución de la riqueza pública. Tras él nacieron otros modelos diferentes en Grecia y Roma. En Atenas se habían descubierto unas enormes minas de plata en el lugar de Laurion. Esas minas se explotaron mediante concesiones a particulares, pero ¿para quién sería el beneficio? Primero los ciudadanos propusieron que se repartiese el dinero entre todos los ciudadanos, pero Temístocles consiguió que se utilizase para armar una gran flota de guerra, cuya construcción proporcionaba grandes beneficios. Años después esa plata se utilizó para pagar la asistencia de los ciudadanos a la asamblea, los jurados populares, al teatro, y para la construcción del conjunto de la Acrópolis, cuyo centro era una gigantesca estatua de mármol de la diosa Atenea, recubierta de oro. Su escultor, Fidias, acabó siendo procesado por corrupción, por quedarse parte del metal.

Los atenienses dispusieron de ingentes cantidades de plata. Con ella acuñaron monedas para poder comprar de todo en todas partes. Exactamente igual que siglos después se haría en la España de los Austrias. Esos chorros de monedas produjeron una monstruosa inflación en ambos casos, y además fueron una nueva fuente de corrupción. Ya no se trataba de cobrar más impuestos sobre la riqueza, sino de meter las manos en el gran reparto de un dinero que parecía caído del cielo, y que también se podría decir que no era de nadie, convirtiendo así el estado en presa de un generalizado despojo.

En Atenas, Roma, o en la España de los Austrias, se consideraba que el trabajo era indigno. Ser ciudadano era en cierto modo un oficio, un oficio para privilegiados ociosos que recibían sueldos y rentas públicas, y a quienes se les financiaban sus alimentos, como ocurría en Roma con la Annona, una gigantesca institución que repartía gratis a los ciudadanos trigo, vino y aceite, pero también pagaba sus diversiones en el teatro y en los circos, con sus gladiadores y competiciones diversas.

El problema era que el dinero público tenía que sacarse de alguna parte. Roma cobró tributos en especie al gigantesco granero de Egipto, que llegó a ser una provincia propiedad particular del emperador, como algunas otras, pero para financiar los juegos, que eran la segunda parte del binomio político panem et circenses, y sobre todo para financiar a las legiones de soldados profesionales, los emperadores necesitaban ingentes cantidades de dinero, como los Austrias hispánicos para pagar a sus tercios, siempre dispuestos a la rebelión y al saqueo cuando no llegaba la paga; y fieles al dinero, que no al rey, por ser mercenarios casi siempre extranjeros. Los ejércitos, las grandes obras públicas, ya fuesen palacios, templos, murallas o puentes, y sobre todo la construcción de las grandes flotas, costaron muchísimo dinero. Atenas lo consiguió cobrando un tributo a los aliados de la Liga Naval, que acabarían por sublevarse contra ella por sus abusos. Los reyes sucesores de Alejandro financiaron sus ejércitos de mercenarios con la conquista, el saqueo y la expropiación de las tierras de todos los países orientales sometidos por las armas. Y lo mismo hizo Roma con la explotación de sus provincias, desde Inglaterra a Irak.

Lo que no era saqueo en todos esos imperios basados en el poder militar eran impuestos cobrados a campesinos y comerciantes. Hasta llegar al extremo de arruinar a toda la economía productiva para mayor gloria de los ejércitos, los reyes, los sacerdotes de todo tipo, los letrados, los privilegiados y los ociosos, que esperaban eternamente recibir los favores, privilegios y monedas que a los reyes parecían lloverles desde el cielo.

Cuando llueve dinero lo lógico parece salir corriendo a la calle para recoger todos los billetes que se pueda. Da igual como sea, y tonto el último que llegue, porque de lo que se trata es de conseguir más con el menor, o con ningún, esfuerzo. Es ese nicho en donde la corrupción política prolifera como los hongos. Si creemos que toda la riqueza proviene del estado porque puede hacer el dinero que quiera -sin darnos cuenta que eso pueda acabar en la hiperinflación-, o que el estado tiene un dinero casi infinito porque siempre puede cobrar más impuestos a los ricos, llegaremos a creer que la política consiste únicamente en repartir más dinero a más gente. Pero si el estado reparte dinero imprimiéndolo, en realidad empobrece a la población, porque hace que su dinero cada vez valga menos, porque la inflación en realidad funciona como un impuesto. Y si quiere subir brutalmente los impuestos, que básicamente son el IVA y el IRPF, acabará por volverle a quitar a la gente el dinero devaluado que antes le dio.

Es la idea de que el dinero público nace de la nada la que facilita que aparezca la corrupción. Si el dinero nace por generación espontánea y no es de nadie, ¿qué hay de malo en que yo me lo quede? Al fin y al cabo, si no me lo quedo yo, se lo quedará otro, y además si es casi infinito no importa, porque aunque se le reste un poquito al infinito seguirá siendo infinito.

Vivimos mirando al cielo, esperando que se estrelle algún avión que llegue desde Bruselas cargado de euros. Parece que el futuro consiste en esperar a ver cuánto nos va a tocar, ya seamos una autonomía, una empresa que espera que la subvencionen, unos parados que no pueden hallar un trabajo digno, porque las empresas no saben crearlos y necesitan ayudas, unas universidades que no cesan de decir que, como son grandes creadoras de riqueza, hay que darles cada vez más dinero para que lo gasten y lo conviertan en retornos invisibles, pero nunca en dinero real; o unos políticos que consideran que la creación de cargos públicos también genera riqueza.

Cuando un estado deja de cumplir su función redistributiva y no atiende los servicios públicos y las necesidades de los ciudadanos, ese estado se corrompe. Dentro de él van naciendo las termitas que acabarán por vaciarlo de contenido. Por fuera, como le ocurre a la madera carcomida por esos insectos, tendrá una apariencia intacta, hasta que llegará el día en que romperá por un ligero contacto o se derrumbará sobre sí mismo.

28 nov 2021 / 01:00
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