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La dama del alba

    DOS primos nonagenarios

    se me fueron con el covid, y ayer enterramos a la madre de un amigo por lo mismo. Atento a mis asuntos, había olvidado que somos mortales. Es poco chic hablar de
    la muerte merodeadora, pe-ro es sensato hacerlo. La condición humana es mortal y ella es complemento chocante de la vida.

    “Acepto morir pero me asusta la morida”, le decía el campesino colombiano al misionero español. Repito “creo en la vida perdurable” cada domingo y aseguro que después de las cenizas vendrá algo distinto y mejor que este mundo pinturero.

    La Escritura nos habla de ese futuro como vida, luz, paz, banquete de bodas, vino del reino, casa del Padre, Jerusalén celeste, paraíso; en fin, algo tan gratificante o más que este mundo que se va pasito a paso. “Lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman”. Aunque hay que currárselo.

    Conozco, de cerca o de lejos, otra docena de vivos que se han ido al otro lado. El
    lunes asistí al funeral por uno de ellos, al que visitaba estando enfermo. Era un hombre justo y nos dio paz evocarlo.

    Vivir, palmarla. Vivir: Álex ha recibido su tercera hija
    en agosto. Juan y P esperan su tercer hijo –será niña–
    para mayo-. Mi sobrina María bautizó a Sofía en junio con mascarilla...

    Este otoño de hojas volanderas trae la metáfora manida de que un día esa hoja que cae serás tú. Vivir honorablemente hasta entonces y atender la sugerencia del señor Quevedo: “Llegue rogada, pues mi bien previene; hálleme agradecido, no asustado; mi vida acabe y mi vivir ordene”.

    25 nov 2020 / 00:00
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