Santiago
+15° C
Actualizado
sábado, 10 febrero 2024
18:07
h

La estética de la discusión

    CUALQUIER asunto puede envenenarse. Una vez que nos zambullimos en la piscina mediática, las palabras y los hechos toman inesperadas direcciones. Todo se pone hoy en discusión, a menudo por favorecer el intercambio de golpes, no tanto con la intención de llegar a algún acuerdo. Se diría que lo único que interesa es la refriega, la lucha en el barro, marcar músculo con tus ideas inamovibles o con tus palabras santas e irrebatibles.

    La realidad avanza a golpe de discusión. Las redes, igualmente. Y no digamos la política. No una discusión creativa, sino más bien de machete sintáctico, de martillazo verbal. Nadie quiere perder la oportunidad de demostrar su firme oposición a algo, su odio a alguien, su rabia contra algo, no vaya a ser que parezca un blando, no vaya a ser que se le tome por alguien reflexivo en exceso. Vivimos un tiempo de maximalismos y de mucha doctrina. Los ciudadanos deberíamos apartarnos de una vez de este cáliz.

    Hay en marcha discusiones domésticas, locales, nacionales y globales. La tecnología nos ha dado la posibilidad de reaccionar de inmediato ante cualquier cosa, opinar sobre todo, quizás como resultado de tanto consumo de pantallas, opinar sobre lo que sucede en cualquier esquina del mundo, pues todo nos parece ya asombrosamente local.

    El fenómeno de la ‘viralización’, es decir, esa especie de contagio en redes sociales que algunos celebran con entusiasmo, tiene que ver, muchas veces, con la simplificación de los argumentos, con el impacto tantas veces banal de alguna imagen concreta, y eso provoca de inmediato la pérdida de calidad del pensamiento, y de ello se aprovechan ciertas formas de populismo, que han encontrado ahí un nicho para propagar sus simplezas y su defensa de la ignorancia frente a lo que llaman el dictado de las elites. Por eso Trump sigue ahí, a la espera.

    Lo malo no es la discusión, sino la baja calidad del debate (y del lenguaje). Para aumentar esa calidad hay que aumentar el conocimiento (salvo que no interese, claro). Lo malo es que no se trata de llegar a nada, sino simplemente de mostrar esa capacidad para la confrontación, esa agilidad para no aceptar bajo ningún concepto ninguna de las ideas de los otros. Electoralmente se parece a una técnica de cortejo de los votantes. Un ahuecar de plumas. Una forma simple de seducir desde la pasarela mediática. Y claro, mientras funcione, seguirán en ello. La estética de la discusión entretiene y seduce.

    Hay algunos indicios de que el pueblo, la sociedad, prefiere apelar a los políticos, para evitar que suceda lo contrario. El populismo simplificador ha generado una neolengua que se filtra en los tímpanos fáciles a través del embudo habitual de las redes, aunque no sólo, pero, finalmente, se busca que la gente acepte una agenda, un catálogo de ideas e incluso de supuestos dogmas. Pero el proceso ha de ser inverso. Es la gente la que debe proponer una agenda a los políticos, la agenda que deben acometer. Algo así está ocurriendo ahora, para sorpresa de algunos, con los movimientos rurales de la España vaciada, que descreen de las soluciones políticas, aunque sólo sea porque eso les enseña la experiencia. Es sólo un ejemplo. ¿O es un síntoma?

    Frente a la deriva de las oposiciones ideológicas, a veces inane, encallada en discusiones absurdas que lo bloquean todo, parece tomar forma una mirada que nace del pueblo, lejos de la que moldea (e intenta seducir) al pueblo con soluciones simplificadoras y, a menudo, inútiles.

    09 ene 2022 / 01:00
    • Ver comentarios
    Noticia marcada para leer más tarde en Tu Correo Gallego
    Tema marcado como favorito