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La gran sopa de los datos

    HA vuelto Ana Pastor (la periodista) a lo suyo, que es el reino de los datos. No solamente, de acuerdo. Cuando la vi por primera vez sus entrevistas me parecían las de ‘Hardtalk’ (BBC), duras y afiladas, y no era raro, si el tema lo merecía, que expresase su incomodidad o insatisfacción con el ceño ligeramente fruncido. No era exactamente una entrevista contra alguien, aunque más de uno lo habrá pensado, sino que solía intentar que nadie endulzase la atmósfera del encuentro a su modo, especialmente en el ámbito político, sin duda su favorito. Tal vez era una manera de separarse de la entrevista blanda, que no debe confundirse con la amable, ni con la cómplice. Lo normal es preguntar las cosas que deban ser preguntadas, pero muchos políticos (y no políticos) traían aprendido de sus asesores que los periodistas podían preguntar lo que quisieran, que ya ellos responderían lo que les viniera en gana.

    Hoy la entrevista se ha generalizado, pero todo va muy rápido. Dos o tres preguntas no suelen hacer contexto, y un canutazo (esa palabra) en el tránsito de los salones y en la velocidad de los pasillos parlamentarios queda a veces como un gatillazo sintáctico. Lo ideal es tener al político en el plató, claro, donde se sabe que no va a huir (ni a decir que se va, como a veces los tertulianos, no sé si teatralmente: aunque habrá habido casos, me imagino, de escapadas, o, como dicen los más clásicos, de espantadas. Habrá de todo). Muchas ruedas de prensa, hoy, se han tornado monólogos, más o menos propagandísticos, en los que no se aceptan preguntas. Pues qué bien. No es la mejor solución, aunque peor aquello de Trump, que negaba la palabra a los incómodos y luego largaba por sus tuits, donde estaba la supuesta verdad oficial.

    Supongo que Ana Pastor siempre pensó que había demasiadas entrevistas complacientes, no diré pelotas, sólo complacientes. Eso llevaba a no poder hacer una charla dura (‘hardtalk’) y, por lo tanto, a no preguntar lo más difícil. La maestría está en manejar el puño de hierro en guante de seda, o como se diga, pero también el entrevistado puede ser un esgrimista de primera. Los hay. Y están los que disfrutan en ese rifirrafe, como si les pusiera el reto de no doblegarse ante tanto espíritu inquisitivo, manteniendo la sonrisa e incluso la amistad, así lluevan lanzas. Me pregunto si esas entrevistas duras, las que sean, se ven en las sesiones de ‘coaching’, si los asesores las pasan como los entrenadores hacen con los mejores partidos del equipo rival.

    Más allá de eso, la vuelta de ‘El objetivo’ a La Sexta nos recuerda que este es también un programa de ‘fact-checking’, ese término del periodismo anglosajón que implica verificar lo que se dice o lo que se sabe. Más en esta edad de los bulos fuera de control, que a menudo construyen su propia realidad B. Los datos proporcionan un aire científico al periodismo, quién lo duda, y ayudan a separar drásticamente la información de la opinión (algo que debería ser sagrado), pero ya saben lo que decía Mark Twain, aunque la frase, al parecer, no sea suya: “Hay tres tipos de mentiras: mentiras, malditas mentiras y mentiras estadísticas”. Casi todo puede ser interpretable según las circunstancias, me temo, casi todo es poliédrico, y las verdades absolutas son una rareza, aunque vivamos una edad muy propensa al dogma.

    Una cosa es segura: el periodismo del futuro dependerá cada vez más de la inteligencia artificial, y en eso Pastor y su programa presumen de ser pioneros. Todos nadamos ya, en efecto, en la gran sopa de los datos.

    18 sep 2021 / 01:00
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