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La nueva globalidad de Biden

    POCOS días después de la derrota de Afganistán, y de la precipitada y disparatada huida de Kabul, Joe Biden se ve obligado a regresar a la escena internacional, de la que algunos creían que pretendía irse. Ni lo pretende ni es posible hacerlo. Bien es verdad que Donald Trump, a su manera, personalista y caótica, luchó por desentenderse del mundo, no poco de los aliados, a los que consideraba quizás una rémora, boicoteó en lo que pudo los tratados comerciales y del clima y estableció extrañas afinidades globales, lo que le daba ese barniz de presidente a su bola, si me lo permiten.

    Aunque no, no era exactamente así. Todo tiene sus razones, incluso en el caso de Trump. O casi todo. Pero su electorado vivía (y creo que vive) pendiente de esa grandeza escasamente literaria, de esa épica envuelta en charlatanería, de la que poco o nada se sabe. Una grandeza, según su propio eslogan electoral, perdida, y que él se encargaría de recuperar. No pudo ser, porque el mundo es más complejo que todo el ruido de la propaganda.

    De todas formas, algo de eso ha quedado. Por mucho que Biden haya ganado las elecciones, él sabe que hay un sector de la población que aboga por la épica trumpiana, esa supuesta grandeza doméstica, que preferiría sacudirse las demandas externas y centrarse en lo suyo, aunque eso suponga una inevitable depauperación de la democracia y sus fundamentos (las democracias no deben desentenderse de los males del mundo).

    Biden se va de Afganistán, empujado por los acuerdos de Trump y, por qué no, por su propia voluntad, pero se mueve de inmediato hacia una zona geoestratégica de interés, ya no Asia Central, sino Asia-Pacífico, donde parece evidente que se juega gran parte de la hegemonía global del futuro inmediato. China y sus aledaños, o sea. Estados Unidos no se ha ido del escenario internacional, Biden no es un aislacionista ni hace una política seguidista de Trump, pero sí que parece dispuesto a no tener muchos miramientos con buena parte de los aliados si decide establecer nuevas alianzas (no tan nuevas, en realidad), como el caso de Aukus, que tiene todas las características de un acuerdo urgente para Asia y Oceanía y que, según los analistas, aprovecha las sinergias históricas del mundo anglosajón.

    No parece raro que Macron se haya enfadado, y no sólo por la pérdida de los contratos, aunque también, sino porque supone un desplazamiento del continente europeo, y desde luego de Francia, de la primera línea global, una maniobra que parece decirle a Europa, y ahí el gesto casi parece trumpiano, “ustedes no son decisivos en esto”. Por tanto, los retos europeos se multiplican. No extraña que se hable de una defensa común, difícil a corto plazo, y de la necesidad de reforzarse ante los nuevos escenarios.

    Si la nueva globalidad estratégica de Biden responde a una percepción interna del declive de Estados Unidos es algo que está por ver. Lo innegable es que asistimos a una nueva carrera armamentística de todos los actores y también a una nueva polarización, con un nuevo e inquietante paisaje. Johnson subraya así su separación de Europa y quizás sueña con nuevas grandezas de la mano de otros liderazgos. Biden y sus ‘spin doctors’ han decidido que la competición por la hegemonía se desplaza definitivamente a esa parte del mapa y en esa cesta quiere poner todos los huevos. Y los está poniendo.

    19 sep 2021 / 01:00
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