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La otra guerra: la económica

    ADEMÁS de la guerra-guerra, vuelan otros misiles. En Japón sintieron la necesidad de los refugios, mientras un misil norcoreano saltaba el cielo olímpicamente para adentrarse en la mar. Ay, la mar. Llevamos décadas preocupados por el fondo marino, por los corales, por los peces muertos, por el calentamiento, por la acidificación, y ahora tenemos gas metano brotando desde el fondo, donde alguien puso una carga de profundidad a los gasoductos. Y tenemos misiles que pueden nacer y morir en el mar. Y vuelven los panzudos submarinos en las aguas árticas. Y todo en este plan.

    Pero es la economía, estúpido. Da cierta tranquilidad, quién lo diría, volver al debate de los números, y eso que la inflación aprieta y es el tema más importante que tenemos que tratar. La inflación aprieta, aunque, dicen los expertos, no ahoga, porque las cifras de crecimiento de España se han mantenido, aunque se auguran menores para el próximo ejercicio (el Banco de España rebajó las expectativas del Gobierno, y el FMI también parece preocupado, porque los precios no dejan de subir).

    A la economía resistente se encomienda Sánchez, que anda metido en la harina de las cifras estos días. El dinero europeo, la excepción ibérica, el mercado del gas licuado, caro pero asegurado en una coyuntura difícil, todo ayuda: y Scholz en A Coruña (hay que venir más a Galicia, queridos) invitando a construir el MidCat, porque Alemania está en problemas. Algo tendrá que decir Macron.

    No sé si Sánchez acabará en alguna institución internacional, transnacional, o como se llame (cada día le atribuyen una), pero lo cierto es que, con las encuestas en contra en los últimos meses, el presidente sabe que necesita propulsar el nombre de España como garantía de los suministros gasísticos europeos, y algunas cosas más. No es tan sencillo, aunque atractivo. Todo lo que convierta a España en agente importante para la construcción y la cooperación en Europa resultará eficaz en estos momentos de gran tribulación y de crecimiento de las desigualdades. Pero, en realidad, Sánchez sabe que en tiempos casi electorales todo se juega en los gestos y en la estrategia, y por eso la guerra fiscal es esa otra guerra que se ha desatado, provocando de nuevo un cierto maniqueísmo de campaña al que ya estamos acostumbrados. Más que irse a los extremos de la escala social, como concluyeron el miércoles en la cumbre de A Coruña, es la clase media la que va marcar el ritmo de lo que ha de venir. Y la clase media es la que soporta económicamente a un país, la que lo mueve también, la que no parece estar en las quinielas de las rebajas de unos y de otros, quizás por ser numerosa.

    Liz Truss, en el Reino Unido, de la que hablamos a menudo porque tiene recorrido periodístico, ha tenido que dar marcha atrás en sus pretensiones, en parte por la presión de sus propios compañeros de partido. En la prensa británica hay quien cree que tendrá que irse, porque el modelo hace aguas, económica y políticamente. Pero se ha arrogado un aire mesiánico, algo que está, por desgracia muy de moda en demasiados lugares. Estos tiempos de épicas vacuas y de salvapatrias es lo que tienen. Y ahora viene Meloni, ojo. Hay que ver cómo mientras la guerra transcurre y algunos misiles vuelan, la economía ha tomado ventaja, aunque sea por el peligro de la inflación y la amenaza de recesión que podría sacudir algunos lugares de Europa. La otra guerra, la de la economía, promete mover sillones y poltronas. O no.

    07 oct 2022 / 00:02
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