La pretensión de verdad
LA pretensión del Gobierno de esta-blecer sólidos lazos políticos con el mundo judicial, profundizando su reforma de 1985, en particular el proyecto de modificar equilibrios establecidos para el nombramiento de los miembros del CGPJ, ha dado lugar a una reconvención de la UE que por similares motivos ya había dirigido a Polonia y Hungría, aunque sean distintos los constructos imaginarios de convergencia en torno a las retóricas del poder en ambos países.
El fondo es la pretensión de verdad, rasgo central que está tras la amena-
za a la división de poderes en estos
países. Mi análisis es ajeno a la forzada hipérbole ideológica izquierda-derecha que en España se ofrece como plato único del día a desavisados consumistas de consignas.
Hace unas semanas advertíamos aquí de las posibles amenazas del Gobierno español a la independencia judicial en mi artículo La división de poderes que por error apareció como La división. Allí citábamos la sabia conclusión del filósofo R. Safranski según la cual la división de poderes, unida a la idea de tolerancia, se basa en que solo a un Dios, no al hombre, resulta posible la coincidencia de poder y bondad.
Para el alemán la división de poderes sería esa imprescindible división para evitar abusos en la esfera del poder, que en la económica equivaldría
a la libre competencia (a la que Safranski tiene por sustituta ventajosa del asesinato), de modo que ambas
pudiesen transformar la violencia de la aspiración a una única síntesis en estable cooperación de una variedad que se limita entre sí.
Por esta línea liberal de razonamiento llegamos al problema del poder, del bien y la verdad. Y a esa síntesis en la certeza de la verdad y bondad del poder totalitario que cree patrimonializar en sus justas intenciones por las cuales el fin justifica los medios. Antiguos líderes soviéticos y chinos en posesión de verdades finales, absolutas y eternas y un poder en que el asesinato sí ocupó el lugar de una diversa competencia, señalan una mentalidad que recuerdan líderes americanos en posesión de una bondad del poder que hoy se legitiman en forzadas y dudosas mayorías.
La amenaza del Gobierno populista español es que, pese a las trabas para la involución democrática en Europa, cause irreparables estragos en su aspiración a desdibujar lo político de lo que debe permanecer ajeno a ello al unir poder y bondad, justicia e historia.