La prima Montse

ENTERRAMOS hace días la enterramos, ella era la decana de una generación de primos, los nietos del abuelo Narcís, el antepasado que nos dio apellido y una docena de tíos. La prima Montse ha sido noticiera y mantenedora de una conciencia colectiva. Saber que compartimos abuelo e innumerables tíos nos sitúa en la existencia con seguridad.

La prima Montse hacía más habitable el mundo. Mantenía una conciencia colectiva algo tribal, que une a quienes replicamos sangre y apellido a pesar de que vivimos muy alejados. Sé el nombre de catorce tíos, treinta y cuatro primos y docenas de sobrinos cuyos nombres y algún rostro conservo. Ese parentesco proporciona mi identidad base.

La práctica contemporánea de fecundación heteróloga, con semen de donante anónimo, priva de una riqueza familiar y elimina parientes. Mary Eberstadt en Gritos primigenios (Rialp, 2020) encuentra en la disolución de la familia el origen de fracturas en la vida colectiva. Otra pérdida de identidad procede del cambio de miembros en una familia por divorcios y aparición de nuevas parejas con medios hermanos y padrastros. Los hijos de familias monoparentales son más frágiles ante al abandono escolar, más propensos a problemas emocionales y a portarse mal. El yo es cambiante y giratorio.

Hay otras marcas de pertenencia –ser de la misma ciudad, del mismo equipo, el mismo oficio– que refuerzan esa identidad básica. Y que llegan a sustituirla cuando no hay una familia. Un círculo confiable de rostros biológicamente relacionados estabiliza la propia identidad y late desde la infancia hasta la vida adulta.

El fallecimiento de la prima Montse ha activado un tam-tam entre parientes habitualmente poco comunicados. Nos hemos transmitido la noticia: seguimos vivos y hemos constatado que nos queremos.