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La pureza y la sangre

El origen de mal y la violencia ha sido un problema que siempre ha suscitado la curiosidad y sembrado la inquietud. Muchas religiones imaginaron una época primigenia en la que la violencia no habría existido, y en la que el león y el cordero convivían en paz, antes de que comenzase el derramamiento de sangre. También los filósofos crearon sus ficciones para comprender cómo habría comenzado la historia de la humanidad, a la par del nacimiento del asesinato y la guerra. Hobbes creyó que en un principio los humanos vagaban por los bosques llevando una vida corta y brutal, y que fue necesario que delegasen en una persona, el rey, el ejercicio del monopolio de la violencia. Así habrían nacido la sociedad y el estado, vinculados a la ley y la capacidad de coerción militar.

Por el contrario, Rousseau imaginó esas escenas primigenias, siempre ambientadas en los bosques vírgenes, como un contrato civil entre dos partes razonables, que se reconocen mutuamente, tanto en sus personas como en sus propiedades. La historia de la civilización comenzaría con el reconocimiento del derecho de propiedad y la división de los hombres en dos grupos: nosotros y vosotros, los compatriotas y los extranjeros. Más recientemente otro filósofo, René Girard, desarrolló una nueva hipótesis según la cual todo grupo nace en el acto violento que simboliza su comienzo, con el derramamiento de la sangre de los animales o los humanos. La violencia estaría en el origen de la sacralidad y de las religiones, ya sea a través del sacrificio sangriento de los animales, que luego serían consumidos en común, o mediante la guerra, en la que la identidad de un grupo solo se crea cuando se enfrenta a otro que pasará a ser su enemigo.

Esta violencia originaria, fundadora de la civilización y origen de la historia, tendría su base en la propia biología, según Girard, y según otros historiadores y muchos biólogos, como el propio Ch. Darwin, que creyó que la historia de la vida no es más que la lucha de unas especies contra otras en busca de su supervivencia. Es cierto que el mundo de la vida no es más que el de la lucha de todos contra todos: virus contra bacterias, bacterias contra hongos y toda clase de animales y organismos que acaban por formar la cadena alimentaria. Pero también lo es que las sociedades humanas necesitan darle un sentido a esta violencia, encauzándola a través de los ritos, las instituciones y las formas de organización políticas y militares.

Ningún grupo humano puede sobrevivir si no crea un sistema que le permita identificarse consigo mismo frente a los demás grupos, ya sea de forma pacífica o violenta. Y la permanencia de ese grupo se imagina como una comunidad de sangre, como una comunidad familiar con raíces comunes. La pureza del grupo es la pureza de esa propia sangre, que se supone que nunca se debería mezclar con la sangre de otros grupos, ya sean esos grupos religiosos, raciales o nacionales. La mezcla de las sangres presupone la contaminación y la impureza y esa impureza debe ser combatida muchas veces con la sangre, con el derramamiento de la sangre propia y de la ajena. Y ha sido en pos de la búsqueda de esa pureza como se han llevado a cabo muchas guerras e innumerables crímenes en casi todas las culturas, abarcando desde las guerras primitivas en las que se practicó el exterminio de las poblaciones, el asesinato de las mujeres y los niños, la masacre de toda clase de animales y la destrucción de casas y cosechas, hasta las políticas de limpieza étnica e higiene racial o social que se hicieron famosas en guerras recientes, con el nazismo, o con los campos de exterminio de Camboya.

La idea de pureza religiosa entendida como pureza de sangre fue común desde el Antiguo Oriente, pasando por el judaísmo, hasta el cristianismo, que creó en España los estatutos de limpieza de sangre, o el islam. Si es cierto, quizás, que unos de los más bellos textos religiosos son los salmos, también lo es que el salmo 137 dice: “Hija de Babel, devastadora,/ feliz quien te devuelva/ el mal que nos hiciste,/ feliz quien agarre y estrelle contra las roca a tus pequeños”. Y es que los antiguos judíos compartieron la crueldad y la violencia de los pueblos de su tiempo, que perdurará en los tiempos posteriores.

Pueblos hermanos de los hebreos son los restantes pueblos semíticos, que hablan lenguas muy similares al propio hebreo y comparten muchas de sus creencias y rituales. Uno de ellos, los árabes, será el creador del islam, que básicamente recoge gran parte de la herencia del judaísmo. Y es en el islam donde nació una concepción especial de la pureza, íntimamente unida a la religión, la guerra y la violencia, y que deberemos tener en cuenta si queremos comprender a los cientos de millones que practican esa religión en sus diferentes tendencias.

Es como consecuencia de esa concepción de la pureza, unida a la sangre y la guerra, como uno de los más grandes de los historiadores musulmanes, Ibn Jaldún (1332-1406) creó una de las primeras grandes filosofías de la historia, expuesta en su libro Al-Muqaddimah, o Introducción a la historia universal, y que es fundamental para entender la dinámica del islamismo.

Creía Ibn Jaldún que el motor de la historia es una fuerza llamada asabiya. Gracias a ella, los pueblos jóvenes y vigorosos, que son los pueblos guerreros de pastores nómadas, como los fueron los árabes, se unen y alcanzan lo que podríamos llamar una especie de masa crítica que les dota de una gran fuerza militar y una gran capacidad de expansión, tal y como ocurrió en la Arabia preislámica, en todo el norte de África, y tal y como habría ocurrido en el antiguo oriente desde el tercer milenio a.C., cuando los semitas se fundieron, tras un proceso de conquista, con las grandes civilizaciones agrícolas, y como ocurriría en la India y en la China con las invasiones de los mongoles, que también alcanzarían a Rusia, o con la expansión de los pueblos turcos.

Los pastores guerreros se expanden por amplias zonas y conquistan las ciudades de los agricultores, en las que se asientan como una minoría militar dirigente, como hicieron los pueblos germánicos con el imperio Romano. Pero los guerreros apenas poseen organización legal, desconocen la escritura y la mayor parte de las técnicas, y por eso acaban siendo absorbidos por los sedentarios agricultores. Comienzan a vivir en casas o palacios, cambian sus vestidos y hábitos alimenticios y costumbres de todo tipo. Incluso pueden comenzar a casarse con las mujeres de esas civilizaciones, de tal modo que sus hijos ya no se reconocerán en la cultura de sus antepasados guerreros. Y así comienza un proceso de degeneración, un proceso de mezcla racial y cultural que acaba con la pureza de la sangre, de la religión y de la cultura originarias. Ese nuevo pueblo comienza entonces a debilitarse, y entonces otros nuevos pueblos puros, jóvenes y vigorosos, volverán a unirse movidos por una nueva asabiya, de tal modo que el proceso comenzará de nuevo. Así habría pasado en la historia de Al Ándalus con las sucesivas invasiones de los almorávides y almohades, procedentes de Marruecos, que vendrían a renovar la pureza de la cultura urbana andalusí, corrompida por la vida urbana, la riqueza, los cambios de las costumbres y la convivencia, pacífica o no, con cristianos y judíos.

El mismo proceso ocurrirá posteriormente desde Marruecos a Indonesia, pero en él la pérdida de la pureza y la mezcla de sangres se verían complicadas por el desarrollo del imperialismo y la colonización occidentales, que habrían llevado a la pérdida de la identidad islámica, debido al abandono de la práctica religiosa, a la introducción de la filosofía, las ciencias, las técnicas y las formas de gobierno y organización occidentales; y sobre todo al cambio de las costumbres familiares, de las relaciones personales y amorosas, y de la transformación del papel de las mujeres, que pasarían de ser solo madres y esposas, y sujetos pasivos del islam, a ser personas plenas, activas y capaces de controlar su propia vida, o por lo menos de intentarlo.

Como todo esto se asoció al proceso de colonización occidental, y a la posterior descolonización que creó las nuevas naciones y estados, basándose en los patrones europeos en las ciencias, las técnicas y las formas de gobierno y organización militar, llegó un momento en el que se identificó la supuesta pérdida de la pureza cultural, religiosa y de la propia sangre con el dominio de Europa y los EE. UU., lo que debería llevar, en un principio, a otro retorno de la asabiya concebida por Ibn Jaldún. Serían necesarias una regeneración, una nueva expansión, y quizás una nueva etapa de guerra y conquista, sea en la forma que sea, para recuperar la sangre, la identidad y la pureza originarias. Y eso es lo que gusta de imaginar el integrismo, ahora encarnado por los talibanes, en un mundo que ya nada tiene que ver ni con la Arabia de Mahoma, ni con el medievo de Ibn Jaldún. Y es por eso por lo que la nostalgia de esa asabiya desemboca en la tragedia.

31 oct 2021 / 01:00
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