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La soberbia

    PUEDE definirse como sentimiento de valoración de sí mismo por encima de los demás, con el aditamento de presumir de las cualidades e ideas propias y menospreciar las ajenas.

    A la soberbia se adosa, con la intensidad de una lapa, el deseo narcisista de ser admirado y respetado.

    Es consustancial a la arrogancia la pretensión de dominar a los demás y el trato displicente a sus semejantes; en suma, “mirar a los demás por encima del hombro”.

    El soberbio suele rodearse de mediocres que no le nublen y de sumisos que asuman consignas y liderazgo sin discusión. Quien osa discutir con el soberbio sentirá su ira y sus represalias. El altanero encontrará serias dificultades para identificar sus errores, admitirlos, buscar soluciones y disculparse. La historia nos descubre personajes que acabaron aplastados por la soberbia.

    El boato, el deseo de ser el centro de atención y la exagerada exaltación de la propia personalidad, son signos visibles del egocentrismo.

    El soberbio, en situaciones incómodas o no deseadas, suele adoptar un gesto duro, caracterizado por mandíbulas fuertemente contraídas, expresión de ira reprimida.

    La falta de confianza en uno mismo puede explicar, en ocasiones, la soberbia, que enmascara la inseguridad, previene el posible rechazo de los demás y concita una atención que el fatuo no podría conseguir de otra forma. “Donde hay soberbia, allí habrá ignorancia; mas donde hay humildad, habrá sabiduría”.

    También se alcanza la soberbia a través de un itinerario vital de éxito que estimula el sentimiento de la propia valía e incita a adoptar una actitud desdeñosa con los demás.

    Una persona altiva suele ser adicta a los halagos, hablar de sí mismo y de sus logros, mostrarse sociable ante quien no le conoce y encontrar dificultades para trenzar una amistad, tal vez porque cree que no necesita a los demás. El mordaz Lope de Vega no soportaba al arrogante: “No entiendo cómo se sufre a sí mismo un ignorante soberbio”. El soberbio suele justificar el uso de cualquier medio que le permita alcanzar su objetivo: la mayor gloria propia.

    Fernando Díaz Plaja, que desmenuzó los siete pecados capitales en su obra así titulada, afirmaba que, frente a la creencia de que la pere-
    za y la lujuria eran los vicios más
    importantes de los españoles, ese
    lugar lo ocupaba la soberbia, que
    suele tener como compañeras otras perversiones.

    ¡Ah, se me olvidaba!: no sea mal pensado, querido lector, ningún
    español concreto me ha sugerido
    esta reflexión.

    05 dic 2020 / 00:10
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