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Reseña Musical

La soprano Mariella Devía, el regreso de la Regina, en el Teatro Colón

    Nunca mejor recibida una vez que la diva ha decidido abandonar la vida activa, guardando unas atenciones especiales para galas como la que tendremos en el Teatro Colón- 20´00 h.-, en la que estará acompañada por el pianista Giulio Zappa, en una selección de arias y canciones. Nos falta el “Curso de Interpretación Vocal ” que impartirá entre los días 21 y 26, en una nueva convocatoria y que había puesto en marcha Alberto Zedda, en 2014, antes de que lo cubriese Renata Scotto. Para la ocasión, los aspirantes gozarán de un reducción del 75 %, en conceptos de matrícula, en una experiencia irrepetible. La Devia se cubrió de gloria en 1973, tras la consecución del prestigioso “Toti dal Monte”, año que le permitirá debutar en uno de sus roles por excelencia, “Lucia di Lamermoor”. Las fechas dentro de las actividades de “Amigos de la Ópera, nos trasladan a un primera en 1982, en el rol de “Amina” de “La sonnambula”, una entrada como precedente a lo que será la “Lucrezia Borgia”, de Gaetano Donizetti, ya en 2017, plenitud de veteranía, en una versión de concierto, dirigida por Andriy Yurkevych y compartiendo cartel con Celso Albelo- con quien repetirá en el “Galicia Classics”, de 2010, en Pontevedra-, Luiz-Ottavio Faria, Elena Belfiore o Francisco Corujo. Una temporada antes, daría un recital con la “OSG”, dirigida por J. Miguel Pérez Sierra, en un programa de postín: Rossini, Donizetti, Charles Gounod y una segunda parte centrada en Vincenzo Bellini, redondeada con una de sus gemas: “Col sorriso d´innocenza”, de “Il Pirata”.

    Para aquella “Lucrezia Borgia”, la Devia había anunciado precisamente esa inevitable retirada, otorgando primacía a recitales de compromiso- algo parecido a lo que tendremos, en reconocimiento a esa profunda afinidad-, y entonces avanzaba que el final se daría en Palermo, por obvias razones: Allí realizó su debut con gran orquesta, gracias al Concurso que la abrió la fama, cuya final era en el Teatro Massimo. Se había presentando cantando un aria, con solo 18 años y en consecuencia, cerrar el círculo tenía razones de ser, por lo que entenderse con el director no ofrecía complicaciones. Tras aquella “Lucrezia”, le quedaba pendiente una “Norma”, en Japón. El espacio de la docencia no pierde atractivo por el beneficio que aporta a los alumnos: elección de repertorio, tema sobre el que insiste permanentemente, evitando malos usos y otros vicios, el manejo de la respiración, la entonación o la precisión en los detalles. No es cuestión de obsesionarse con el puro virtuosismo, sino de atender al sentido de la partitura y el control de la temida emisión, para dotar de pulcritud al canto.

    La Devia es precisamente una artista que supo sobresalir por el control de la respiración y la traslación a la emisión, dominadora de las exigencias “sul fiato”, en la extensión perceptible en la propia regulación, para ubicar la intensidad del sonido, auténtico enemigo siempre presto, a desmañar las exigencias del cantante, siempre entregado a subyugar al incauto oyente, que podrá convertirse en un enemigo insospechado. Atractiva desde los comienzos en tan extensa carrera, destacó por las cualidades en sus agilidades y un “legato” cuidadosamente ajustado a los papeles de cada uno de los roles, perfectamente ajustados al espíritu de los textos. Incluso en esa cualidad de belcantismos menos etéreos y alados, exigidos por personales más dramáticos y heroicos, a los que llegó con natural seguridad. En su favor, esa emisión calibrada hasta las sutilezas acuciantes, gracias a lo que siempre fue un tratamiento perfilado de los agudos exigentes, en su punto álgido.

    De la trilogía Tudor donizettiana, a las posibilidades del repertorio romántico francés de los Massenet, Chales Gounod o Bizet, casi otra necesidad a mayores, nos queda el bastión rossiniano, el de”Le Comte D´Ory”, “Otello”, “La Donna del Lago” o el rol de “Amenaide”, en “Tancredi”, uno de las estimadas preferencias que sabrá compartir en el “Festival Rossini” de Pesaro, de nuestro añorado Alberto Zedda. Ese proverbial Rossini puro fuego de artificio sin recuelo. Un grado de tentación y confianza para el cantante a mayor gloria de sus recursos. Para ella, un auténtico joyero para extraer pizca a pizca los alardes más primorosos. Esos que siempre se le apreciaron en cuanto se plantaba ante el público: una afinación que delineaba los gracejos de un texto o las exigencias de coloratura magnificada en las arias de portentosa exigencia en las óperas serias. Delicia de sobreagudos dentro de una afinación realzada por la frescura natural de una voz distanciada de perniciosos abombamientos que tanto lastran de crédito a cantantes condicionados por precarios recursos.

    Un programa de primores adentrándonos por los “Sonetti di Petrarca”, dedicados al divo Mario Rubini, con el que F.Liszt había realizado giras. Para la soprano, una precisión en el tratamiento de la poética expresada en forma de canciones: “Pace non trovo”, en un “declamato agitatto assai” con visos de recitativo operístico. “Benedetto sia `l giorno”, con sus “affetti armonioso e dolce espressivo”, acentuándose en “I vidi in terra angelici costumi”, un recuerdo de evocación platónica. En lo musical, un tratamiento renovador para la cantante y el acompañante.

    Verdi, en mayor medida para suscitar la atención de los aficionados, viniendo de la veneradísima soprano. “Giovanna d´Arco”, y la cavatina “Sempre all´alba e alla será”, para despliegue del poderío dramático pleno de coloratura, en una voz en actitud orante en actitud de lucha reivindicativa. “I Lombardi alla Prima Crociatta”, por el rol de “Giselda”: “O madre, dal cielo...Se vano è il pregare”, de nuevo una actitud de súplica, entre otras compañeras que comparten el harén en el Palacio de Acciano. “I masnadieri”, y para mantenerse en este clima de apoteosis verdiana, el aria y cabaletta “Tu del mio Carlo al seno...Carlo vive?”, con la mente puesta en hizo delicias del rol, Jenny Lind. “Il Corsaro”, no le va a la zaga con otra aria arrolladora, del rol de “Medora”,”Né sulla terra creatura alcuna...Vola talor dal carcere”

    G.Donizetti, asoma su reales con “Maria Stuarda”, con el aria y caballeta “Oh, nube, che lieve...Da tutti abbandonata, ...Nella pace del mesto riposo”, nervio y enérgico fuste, ante el enfrentamiento de la Reina de Escocia contra “Elisabetta”, Isabel I Tudor. Para relajar ánimos, piezas para el pianista, partiendo de marzurkas de Chopin, las “Op. Post, 67, nº 3 y 4”, un rescate de Julián Fontana, con carácter póstumo, cuyo original sufriría ciertos menosprecios y que serán subsanados. El autor, supo transformar la pequeña danza en cuidados poemas pianísticos de profunda raigambre polaca y que irradiará a compositores de su tiempo. Schumann con el “Arabeske en Do M. Op. 18”, pura expresión amable y distendida realzada por el epílogo lento titulado “Zum Schluss” (para terminar).

    18 sep 2020 / 00:00
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