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La tiranía de la mediocridad

    ASÍ como el barón de Italo Calvino no cesó de rampar hasta que consiguió llegar a lo más alto de la encina de su jardín, así también la coalición de partidos que forma el Gobierno actual no ha cesado de hacerlo hasta que ha logrado trepar a la cima del poder, en un ejercicio pautado, ágil, progresivo tendente a sustituir el régimen democrático por otro mediocrático, representativo de la mediocridad que –salvo contadas excepciones– caracteriza a cada uno de sus miembros en particular y a todos en su conjunto.

    Este nuevo orden mediocrático que se establece como modelo, y que nos anima, activa y diligentemente, a amodorrarnos antes que a pensar, a seguir los estándares impuestos antes que a cuestionarlos y a despreciar cualquier pensamiento crítico antes que a promoverlo, nos invita a aceptar la presión por la mediocridad y a evitar la presión por la excelencia.

    Al analizar en este contexto la actuación de la clase política y, en concreto, como acabo de decir, la de la coalición de partidos que constituye el Gobierno, desde la doble perspectiva de las obras de Alain Deneault (Mediocracia. Cuando los mediocres llegar al poder) y Hans Magnus Enzensberger (Elogio del analfabetismo), he llegado a comprender cómo el sistema que han puesto en marcha es un sistema que se satisface con la pequeñez y que, de hecho, para sobrevivir, la exige; un sistema que persigue desarrollar un trabajo que propicie la simulación de un resultado; un sistema en el que su figura central, el experto, trabaja para convertir propuestas ideológicas y sofismas en objetos de conocimiento que parezcan puros; un sistema, en fin, en el que la estetización ha tenido un papel estratégico en la gestión de la pandemia mediante la manipulación de la gente.

    En el fondo de todo ello laten actitudes arbitrarias, impredecibles, antidemocráticas que, como señala Alain Deneault, llevan a establecer unas reglas que no siempre están claras, de ahí la inseguridad jurídica existente que tanto daña a nuestra imagen exterior. Además, dado que estas reglas no siempre están claras, el juego en sí tampoco lo está, hasta el punto de llegar al extremo de que fijar las reglas de juego pasa a ser en sí mismo un juego.

    Al final, el juego no resulta ser un conjunto de normas más o menos coherentes, sino una dinámica de poder establecida por actores cuya única preocupación es imponer estas reglas a los demás, independientemente de su alcance y contenido, de que sean oportunas o necesarias, de que sean aceptadas o aceptables. Lo importante no es esto, lo importante es que están ahí para, llegado el caso, poder ser instrumentalizadas a voluntad.

    Una muestra entre otras muchas de cuanto antecede, de la lucha entre la presión por la mediocridad y la presión por la excelencia, es la Ley Orgánica 3/2020, de 29 de diciembre, por la que se modifica la Ley Orgánica 2/2006, de 3 de mayo, de Educación, que resuelve, como vamos a ver a continuación, esta lucha entre ambas presiones en favor de la primera, la presión por la mediocridad.

    Al revertir la anterior ley orgánica, introduce, entre otros cambios, varios de profundo calado, como son, en Educación Primaria, la posibilidad de que el alumno, cuando no alcance las competencias previstas, pueda permanecer un año más en el último curso de este ciclo; en Educación Secundaria, que pueda promocionar incluso con evaluaciones negativas de una o dos materias; y, en Bachillerato, que pueda obtener el título cuando haya superado todas las materias menos una.

    No sé si con esta Ley se podrá alcanzar, de acuerdo con lo que reza en su Preámbulo, una educación comprensiva, que refuerce la equidad y la capacidad inclusiva; o una educación para la paz, los derechos humanos, la ciudadanía mundial, la comprensión internacional y la transición ecológica. Pero de lo que sí estoy seguro es de que, a la vista de su alcance y contenido, los alumnos cuyos estudios se rijan por ella se convertirán tarde o temprano en lo que Hans Magnus Enzensberger llama “analfabetos secundarios”, privados no sólo de conocimientos esenciales, sino también de principios básicos como son el esfuerzo, la disciplina el sacrificio, determinantes para alejarse de la mediocridad y acercarse a la excelencia.

    Tal vez lo que persiga el Gobierno con ella y su correspondiente tiranía mediocrática sea esto: convertirnos, en palabras de Alain Deneault, en mediocres competentes, aplicados y serviles, pero sin convicciones.

    23 ene 2021 / 00:00
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