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La universidad administrativa

Decía Aristóteles en su Política que el padre de familia ejerce tres tipos de autoridad: con respecto a esposa, la del magistrado sobre el ciudadano, con respecto a sus hijos la del rey sobre sus súbditos, y con respecto a sus esclavos, que forman parte de la propiedad de la familia como herramientas animadas, dispone de la misma autoridad que el tirano. Para explicar la autoridad del padre de familia recurrió a tres metáforas, “es como si fuese”. Y cabe destacar que en la ciudad griega los magistrados ejercían su cargo anualmente, siendo elegidos mediante votación o por sorteo. Pero el magistrado y el ciudadano eran iguales, en sus derechos y deberes. Si el marido ejercía su autoridad sobre su esposa como su magistrado era porque la consideraba su igual. El matrimonio griego se formalizaba con un contrato entre el novio y el padre de la novia. En él se fijaba una dote, y establecían cláusulas de salvaguarda de los derechos de la esposa, en la administración de la dote, el testamento, o a la obligación de fidelidad del esposo. No sabemos si Aristóteles idealizó el matrimonio debido a la buena relación con su esposa, junto a la que pidió ser enterrado en la misma tumba; todo lo contrario que su Platón, de quien no se conocen relaciones con ninguna mujer, pero sí con varones adolescentes.

La relación del padre con los hijos no podía ser de igualdad, sino similar a la del rey con los súbditos, porque los niños carecen del uso pleno de la razón, que los griegos fijaban en los 18 años, para lograr la ciudadanía, e iniciar el servicio militar, aunque los filósofos creyesen que la infancia se culminaba a los 7 años, la adolescencia a los 14 y la madurez personal plena se adquiría a los 21. El padre, como el rey, es como un pastor, encargado de velar por el bienestar de su rebaño. No puede tratar a sus hijos como iguales sino tutelarlos, debido a su menor capacidad de discernimiento y autocontrol.

Por último el padre de familia posee esclavos, adquiridos por compra, o por ser hijos de otros esclavos, que son necesarios para la realización de determinadas labores en la casa, el campo o los talleres. Decía Aristóteles que si las herramientas tuviesen vida propia, como algunas cuya invención se atribuye a Hefesto, el dios de los herreros, entonces no serían necesarios los esclavos. Pero como eso solo ocurría en los mitos, la realidad confirmaba que los pueblos bárbaros estaban por naturaleza destinados a ser esclavos. Se debía a que sus almas también eran bárbaras, por estar dominadas por las pasiones, siendo débil su voluntad e incurriendo en déficit de racionalidad. Por eso solo la sumisión de esas almas pasionales a las racionales de los amos podría lograr el equilibrio y armonía necesarios para ambas partes.

La idea de que hay tres clases de gobierno: el despótico, que se ejerce apoyado en la violencia y en el que prácticamente no existe la ley; el monárquico en el que el reino y el estado son propiedad privada de las familias reales, que los transmiten en herencia como parte de su patrimonio familiar; y el republicano, en el que todos los ciudadanos -en principio y hasta no hace mucho solo varones- son iguales y poseen en común los bienes públicos siguieron en vigor durante siglos.

En Europa los reinos medievales y modernos eran propiedad de los reyes, aunque naturalmente también existía la propiedad privada de los nobles, la Iglesia, las corporaciones y los individuos. El rey podía tener un patrimonio propio, pero todo el reino era en cierto modo su propiedad, sobre él ejercía su función judicial suprema, en su nombre declaraba la guerra o firmaba tratados, y los reinos pasaban de padres a hijos, o se unían mediante los matrimonios que sellaban la fusión de dos dinastías.

A partir de siglo XIX en Europa se creó la idea del estado-nación, que es solo una de los muchos estados posibles. En un estado-nación el sujeto protagonista de la historia y la acción política es el pueblo, un ente colectivo que se define por poseer una lengua, una cultura y unas costumbres en común. Es ese pueblo el que elige al gobierno que ha de gobernarlo, porque por definición el pueblo es el sujeto pasivo de la acción gubernamental, y también es ese pueblo el propietario del patrimonio nacional, que se crea en gran parte con la transferencia del patrimonio real. Así la hacienda real -que se nutre de los impuestos-, pasa a ser la hacienda pública, del mismo modo que el ejército del rey pasará a ser el ejército nacional, con sus soldados de recluta universal o selectiva.

Como ocurría antes del siglo XIX, también existía la riqueza de los grandes y pequeños propietarios, de las instituciones y empresas y de los particulares. Es muy curioso que cuando nazca la idea del patrimonio nacional y los bienes comunes de todos los ciudadanos, sea cuando surja el capitalismo y las diferencias de riqueza entre los más o menos ricos se hagan más abismales, llegándose en la actualidad al paroxismo con la acumulación de cada vez más dinero en menos manos. Quizás esas apelaciones a lo común fuesen la coartada para poder reforzar las diferencias y desigualdades del estado-nación. Un estado que se concibió como un cuerpo político, que se manifestaba en su plenitud en las guerras con otros estados, que pasaron a ser el tema casi exclusivo de las grandes historias nacionales.

Tras la II Guerra Mundial el estado nación fue sustituido progresivamente por el estado administrativo. En él lo esencial es el bienestar de los ciudadanos en el logro de sus ingresos, y en los servicios públicos de la sanidad, la educación y la defensa. Esos estados pasaron a conocer un gigantesco incremento de sus ingresos, necesarios para poder prestar esos servicios, aumentando exponencialmente los impuestos, que ahora detraen casi 1/3 de la riqueza anual de esos países. Por eso se suele decir que a partir de determinados millones el dinero ya no es economía, sino política.

Las universidades han sido a lo largo de la historia, o bien monopolios eclesiásticos, ya que requerían de autorización papal, o bien patrimonio de las monarquías, o parte de los bienes comunes de la nación. En cualquier caso siempre han vivido de las rentas de la iglesia, el rey o el estado, que provienen de los impuestos. Por eso las universidades no crean riqueza directamente, solo gastan el dinero necesario para poder cumplir sus objetivos como formadoras de los cuadros profesionales de un país.

La gloria de las universidades se asoció a la de los reyes y luego las naciones, y esa gloria, como la gloria y los honores militares, cuestan mucho dinero. La industria armamentística en su gigantesca complejidad es la que promueve las más punteras investigaciones en el mundo, y la que más cuesta, seguida por la industria farmacéutica. Pero, al contrario que la industria farmacéutica, cuya utilidad es patente en nuestra salud, la industria militar es un tanto absurda, ya que lo mejor que se puede hacer con las potentes armas es no usarlas. ¿O es que alguien quiere que se lancen todas las bombas nucleares para justificar lo que costaron?

Las universidades actuales pueden ser públicas o privadas. En España son mayoritariamente públicas, lo que quiere decir que se nutren de los impuestos y gastan muchísimo más de lo que ingresan. Son además universidades administrativas orientadas a la prestación de servicios. Pero esas universidades son gobernadas por cuerpos cerrados de funcionarios, que no solo administran sus ingresos, sino que además hacen valoraciones sobre la utilidad de las mismas, basándose en sus competencias técnicas.

Si una vacuna funciona lo sabremos de un modo u otro, y lo mismo pasa con un producto que compite con otros en el mercado. Pero, si una institución por definición presta servicios intangibles, como lo es la formación global de la mayor parte de los profesionales, pero no sus trabajos, que se harán al salir de las universidades, ¿quién puede decir hasta qué punto son rentables? Si lo hacen los funcionarios que tienen interés en su permanencia y crecimiento pueden ocurrir dos cosas: a)- que sean neutrales, objetivos y racionales y antepongan el bien común a sus intereses particulares, y b)- que antepongan esos intereses corporativos apelando a sus conocimientos técnicos.

En realidad es lo segundo lo que en buena parte está ocurriendo. Y eso se explica porque nadie quiere tirar piedras contra su propio tejado, y porque la complejidad del estado administrativo y las universidades es tal que resultan ininteligibles e incontrolables para quienes viven fuera de ellas. El estado central, las autonomías y las universidades son una especie de gran estanque de pescadillas que se entrecruzan mordiéndose las colas. Bajo ellas, como bajo todos los gobiernos, están los sujetos pasivos gobernados, que ya no pueden saber si quien los gobierna lo hace como magistrado, rey o mero déspota. Ya no tenemos la clarividencia de Aristóteles. Y por eso se nos puede hacer creer que las necesidades docentes son las necesidades de algunos docentes, y que la administración del bien común es la administración solo por algunos de lo que cada vez tiene menos de común.

15 may 2022 / 01:00
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