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La vida de Samuel

    VIVIMOS una época especialmente delicada, en la que vemos cómo nuestra sociedad corre el riesgo de convertirse en peligrosamente agresiva y violenta. El reciente caso de la brutal, injusta, cobarde y deleznable paliza recibida por el joven Samuel que acabó con su vida es un trágico ejemplo; pero semanas atrás tuvimos noticias relativas a la violencia de género, a la agresividad doméstica, e incluso a filicidios. No podemos acostumbrarnos, ni dejar de rechazar sin paliativos todos y cada uno de los casos de cólera que trascienden.

    Tampoco podemos utilizar ninguna de esas vidas malogradas para acrecentar el odio, el insulto, la vejación, o el enfrentamiento. Todo ser humano equilibrado debe abstenerse de tales actitudes; tanto en privado, como en chats de amigotes y redes sociales, donde abundan actitudes tóxicas e ideológicamente contaminadas. También le exigimos moderación a los personajes públicos y, sobre todo, a nuestros representantes políticos.

    Impresiona lo que nos pide a toda la sociedad el padre del joven Samuel: tras agradecer las muestras de solidaridad de coruñeses, gallegos y demás españoles, ha solicitado que no se use a su hijo como bandera de nada, y menos aún que su malograda vida se convierta en arma arrojadiza entre formaciones políticas. Porque para ese padre, como para cualquier otro, un hijo es el tesoro más preciado que ilumina su existencia, y no puede bajo ningún concepto reducirse a una condición u opción sexual determinada.

    Bien, pues parece que algunos ciudadanos, figuras públicas como el señor Monedero, e incluso políticos radicales de izquierdas, no están dispuestos a conceder a ese padre su deseo, y se empeñan en restringir la existencia del joven Samuel a su supuesta opción sexual. Frente a ello, su padre tan sólo reivindica la figura de un joven alegre, solidario, y comprometido profesional y vitalmente con la sociedad.

    Es desalentador ver cómo unos pocos han convertido unas manifestaciones de repulsa de la violencia en desfiles de banderas, e incluso en nuevos episodios de agresividad. Así no se honra la figura de Samuel, no se respeta la voluntad de su padre, y tampoco se logra la convivencia. Las investigaciones policiales identificarán a los culpables, y nuestros jueces aplicarán las penas que procedan.

    Al resto de la sociedad le toca reflexionar. Por un lado, a quienes permanecieron impasibles y no socorrieron a un joven mientras estaba siendo maltratado en una vía pública; pero también a quienes han intentado utilizar esa joven, prometedora y truncada vida para sacar rédito político, e incluso para crear desunión y fomentar el odio y la violencia. Tanto la vida cercenada de Samuel, como la irreparable pérdida que sufre su padre, se merecen algo más de una sociedad democrática y civilizada.

    10 jul 2021 / 01:00
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