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La vida es ahora

    DICEN los chamánes (*) que lo que diferencia a un chamán de un ser humano normal es que, mientras los seres humanos normales vivimos con un falso sentido de imortalidad, por eso posponemos todo el tiempo anhelos, sueños, deseos... los chamanes dicen que ellos ya saben “que no nos queda tiempo”. Así que deberíamos vivir con una permanente conciencia de la muerte, pero no para vivir con miedo, sino todo lo contrario, para vivir sin él, para que este no nos impida vivir desde ya la vida que queremos y para la que hemos venido a este mundo.

    Todos los días, desgraciadamente, vemos en la televisión, oímos en la radio, o leemos en los periódicos noticias de tragedias y muertes, o conocemos como a nuestro alrededor otras personas sufren accidentes o les informan de enfermedades que les cambian la vida. Y siempre hablamos en tercera persona de estas situaciones. Siempre son “los otros”, no “nosotros”, sin darnos cuenta de que nosotros somos “los otros” para otros.

    No comprendemos que la vida, nuestra vida, la de cada ser humano, transcurre en una cinta transportadora que siempre va a hacia adelante y no se detiene. El tiempo pasa inexorablemente sin importar cual sea nuestra posición vital encima de ella. Podemos estar de frente o de lado, de pie o sentados, e incluso caminar hacia atrás como queriendo retroceder y ganarle algo de tiempo al tiempo, pero eso no va a suceder.

    Jamás en nuestra vida vamos a pasar dos veces por el mismo espacio tiempo. Por eso creo que deberíamos preguntarnos DE VERDAD a qué esperamos para hacer, sentir, vivir eso que llevamos soñando o anhelando desde que éramos pequeños, o adolescentes, o jóvenes, o desde antes de ayer. No tiene sentido esperar, solo que no nos damos cuenta, seguimos viviendo como si fuéramos a ser inmortales en la mortalidad, como si el tiempo fuera infinito en su finitud. Una finitud que sabemos, pero que mantenemos oculta en el fondo de nuestra mente, hasta que esta nos alcanza en forma de enfermedad grave o terminal, o la muerte atraviesa nuestra puerta sin haber sido invitada.

    Hace muchos años, en Madrid, ayudé a cruzar la calle a un señor mayor al que le tiraba el viento. Al llegar a la otra acera, le pregunté que dónde vivía para acompañarle hasta la puerta de su casa. Me dijo que no iba a casa, que iba a un parque cercano a sentarse en un banco. Le acompañé, y algo me movió a sentarme con él en aquel banco de aquel parque. Estuve charlando durante dos horas en las que aproveché para hacerle un tercer grado, siendo consciente desde mis diecinueve años, que aquel señor de ochenta y cinco, tendría mucho que enseñarme. Me contó que llevaba viudo un año, que tenía dos hijas que lo querían mucho y que había tenido lo que puede denominarse una vida normal en el buen sentido de la palabra. Sin grandes desgracias prematuras, con un trabajo estable...

    Yo estaba en aquél momento, bueno y sigo estando, ávido de conocimiento, y hubo dos momentos de conversación que fueron dos grandes lecciones para mí y que han formado desde entonces parte fundamental de mi reflexión y análisis permanente sobre el sentido de la vida. Le pregunté qué haría si tuviera la oportunidad de darle a un botón y volver a tener veinte años, y él me preguntó a mi si darle a ese botón suponía volver a vivir la misma vida exactamente que había vivido. Le dije que si claro, que ese era mi planteamiento.

    Y para mi sorpresa me contestó que no. Él entendía que yo esperaba una respuesta un poco más detallada y me explicó que si era honesto consigo mismo y contaba los días en que se había sentido real y profundamente feliz, no llegarían a un año. Un año de ochenta y cinco o al menos de los que él recordaba. Me quedé muy impresionado con su reflexión y comprendí que la vida, para la mayoría de las personas, es un proceso agotador, que quizá no percibimos mientras estamos inmersos en él, pero que al acercarnos al final del camino y mirar hacia atrás, nos damos cuenta de que el esfuerzo fue extenuante. La segunda cosa que me dijo y que jamás he olvidado fue: “Recuerda Miguel Ángel que cuando seas muy mayor, lo único que dibujará una sonrisa en tu cara será recordar aquellas cosas que hiciste con el corazón”. No el día que te subieron el sueldo, o que te compraste un coche nuevo, o una casa más grande, sino aquellos momentos que vivimos haciendo cosas que de verdad nos movieron por dentro, que nos alimentaron el alma.

    Aquello me llevó a pensar en la razón última de nuestra existencia, en el sentido de la vida, en cómo conducirnos por ella mientras dure, para tratar de ser lo más felices posibles hasta que el misterio nos sea desvelado.

    Durante años he estudiado mucho sobre el ser humano en sus facetas psicológicas, emocionales, existenciales... He compartido analisis con psiquiatras, psicólogos, líderes espirituales de todas las religiones, con chamanes, y con personas admirables y admiradas a lo largo y ancho del planeta, y entre muchas otras he sacado una conclusión que quiero compartiros: los modelos sociales que hemos creado en la mayoría de las partes del planeta nos generan muchas obligaciones desde que nacemos, y el sistema intenta permanentemente que no nos salgamos del carril, porque esto rompería las bases de la estructura socio económica creada, la cual es buena para el sistema, pero muy mala para el ser humano, como lo demuestra el hecho de que el equilibrio mental y emocional de millones de personas esté afectado, a pesar de vivir en una condiciones aceptables en cuanto a lo material.

    De modo que pasamos gran parte de nuestras horas de vigilia haciendo cosas o resolviendo problemas que nada nos aportan en cuanto a felicidad, placer, bienestar o paz interior. ¿Y nosotros? ¿Dónde queda el nosotros? ¿Dónde quedan esos sueños de niño o de juventúd? ¿En qué momento fue que dejamos de reír y sonreír a menudo, haciendo que nuestro rostro se tornara más serio y preocupado? Yo no estoy hablando de sueños en forma de fantasías infantiles, sino de ese diálogo íntimo y profundo que mantenemos con nosotros mismos a lo largo de la vida y en el que nuestra voz interior nos pregunta: “¿dónde estás?”, “¿quién eres realmente?”, “¿en quién te has convertido?”... ¿Me entendéis verdad?

    No esperemos a mañana, a la semana que viene, al año que viene... Tenemos la obligación de escucharnos, de sentirnos, de reconciliarnos con nosotros mismos, de reencontrarnos, de seguir NUESTRO camino... ¡porque la vida es ahora!

    (*) Los chamánes son los consejeros, curanderos y guías espirituales de las tribus ancestrales

    27 mar 2022 / 01:00
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