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La vida es como una sartén

AVELINO Rodríguez es un gran tipo, gallego de Orense, de nacimiento y de alma, y bilbaíno de adopción desde hace muchos años, que trabaja en el Banco Mediolanum y al que tuve la oportunidad de conocer hace tiempo a través de la red social profesional LinkedIn. Después de una larga e intensa charla telefónica se dio la oportunidad de conocernos personalmente en una charla TEDx que impartí, organizada por la Universidad de Deusto y en la que hablaba de La Felicidad, algo que sin duda todos perseguimos a lo largo de toda nuestra vida.

Desde ese día Avelino y yo hemos seguido compartido charlas e incluso me abrió la puerta para hablar con otros compañeros del Banco y con varios de sus directivos, con una gran generosidad y con el sentimiento de que muchos de los valores que tienen como Banco son compartidos por mí y por el desarrollo profesional de mis proyectos audiovisuales, que se resumen de una forma muy simple: cuidar de las personas y apoyarlas en sus necesidades y en sus sueños. Pues bien, el miércoles recibo un whatsapp de Avelino en el que me dice que estaba releyendo Renacer en los Andes, y que al volver a leer la parte de África, le vino un recuerdo a la mente. Me dice que hace años en el aeropuerto de Madrid se encontró a una mujer africana con cuatro niños a la que la compañía aérea no le quería facturar las maletas por exceso de equipaje y la mujer no tenía como pagarlo.

Avelino, que estaba a su lado, al ver la angustia de aquella mujer, se ofreció a hacerlo. Ella accedió agradecida y le pidió un número de cuenta y su teléfono, diciéndole que su marido le haría una transferencia. Él se lo dio, pero se fue pensando: “Jamás recibiré ese dinero, pero he hecho mi buena acción del día”. Al día siguiente recibió el dinero y el mensaje que aparece en la foto que ilustra este artículo.

Hace unos días, camino de Bilbao a casa de mi madre, paré en una gasolinera a repostar, (otro día hablamos del precio de los carburantes –¡cabrones!–), y al ir a pagar estaba delante de mí un camionero al que no le funcionaba la tarjeta de crédito y tenía que abonar 420€. El gasolinero le decía que “lógicamente” no podía irse sin pagar. Él llamó a su mujer y le explicó la situación y le decía que tenía que ir hasta allí con dinero para pagar el combustible. Cómo hablaban “en manos libres”, las personas que estábamos allí escuchábamos toda la conversación. La mujer estaba a 2 horas de la gasolinera, tenían dos niños pequeños que iba a ver cómo hacía con ellos porque eran las diez de la noche... el camionero con cara de angustiado.

Entonces en un instante pensé, ya sabéis que el pensamiento es más rápido que la velocidad de la luz, “Son las 10 de la noche de un viernes. Este hombre está a más de dos horas de llegar a su casa después de toda la semana peleando la vida con su camión por las carreteras de España, y ahora por esta circunstancia, su mujer va a levantar de la cama a dos niños pequeños para llevárselos a algún familiar, va a tener que conseguir los putos 420€, coger su coche, llegar hasta aquí no antes de la una de la madrugada, mientras el camionero aquí sintiéndose mal por su mujer y por sus hijos... por él. Luego pagan y se vuelven a casa, él en el camión y su mujer en el coche. A las tres y pico de la madrugada vuelven a despertar a sus hijos para llevarlos a casa y a las cuatro de la madrugada empiezan de esta manera de mierda lo que debería haber sido una llegada a casa plácida, alegre y en paz”. Al colgar con la mujer que iba a ponerse a organizar el lío, le dije: “Perdona, yo te pago el combustible y ya me haces una transferencia cuando puedas”. ¿De verdad?, me dijo Pablo, ahora sé que se llama así. “De verdad”, le contesté. El tipo, grandote él también, me dio un abrazo mientras trataba de evitar que las lágrimas se le escaparan de sus emocionados ojos. Me quería dejar su DNI físico, darme su dirección, me pedía la mía para ir fuera donde fuese por la mañana al día siguiente. Le dije que no. Que no hacía falta, que disfrutara del fin de semana con su familia, que no se agobiara y que ya el lunes o cuando pudiera que me hiciera una transferencia.

Pablo llamó a su mujer y le dijo lo que estaba pasando y ella se empeñó en que quería hablar conmigo. Le dije que no hacía falta pero insistió y me pasó el teléfono. La mujer, ahora sé que se llama Mari Carmen, me daba las gracias una y otra vez y me dijo que nunca sabría lo que acababa de hacer. Yo solo le decía que estuviera tranquila, que no tenía importancia. Cuando colgué y tras pagar el combustible mío y de Pablo, ambos salimos del establecimiento y de manera natural le acompañé hasta su camión.

Pablo me contó lo que no dejé a Mari Carmen contarme. Me explicó que estaba peleando mucho por sacar adelante a su familia, que justo había comprado el camión antes de la pandemia, cosa que su familia y la de su mujer no aprobaban, que después pasó un covid grave, lo que le dejó 7 meses sin poder trabajar... luego le habían detectado cáncer a su mujer, y que ella era consciente de lo que le iban a decir por el incidente de no poder pagar el gasoil... en fin.... La vida, ¿verdad?

A estas alturas de la lectura estoy seguro de que muchos ya habéis entendido el título del artículo, pero no me resisto a explicarlo tal y como me lo contó a mí y a mis hermanas mi mamá Conchi: “Hijos nunca os olvidéis de que la vida es como una sartén que no deja de dar vueltas mientras todas las personas estamos obligadas a estar alrededor de ella agarrándola. La principal característica de una sartén es que solo tiene un mango, que es además lo que permite no quemarse al cogerla y mover en cierta media la sartén a voluntad. Igual que el mango es la única zona de la sartén que no quema, evidentemente el borde contrario es el que más quema de todas sus partes, ya que por inercia todos separamos la sartén un poco del fuego por la parte donde el mango se encuentra. Pues bien, todos deberíamos ser conscientes de que nos va a tocar irremisiblemente en la vida tener en algún momento la sartén por el mango y en otros momentos, la mayoría, tener que tocarla por donde quema, y deberíamos comprender que cuando tenemos la fortuna de tener el mango no debemos abusar de ello, sino al contrario, utilizar esa situación privilegiada para ayudar justo a los que la vida les ha otorgado en ese momento la peor posición y tratar que se quemen lo menos posible o incluso evitárselo cada vez que podamos”.

He contado esta enseñanza que me contó mi madre muchas veces. Hay mucha gente que la entiende, aunque otras personas con la inteligencia más dormida y el corazón más duro, me han dicho al oírlo: “pues que los que se están quemando no pidan tanto y agradezcan lo que les damos los que tenemos el mango”.

En estos casos me doy cuenta de que no han comprendido todavía que la sartén no dejará de girar y que el mango de la sartén, antes o después, también se escapará de su mano sin que puedan retenerlo. Avelino y yo si lo entendimos en sendas ocasiones, y estoy seguro de que Demba, la mujer africana y su marido, y Pablo y su mujer Mari Carmen sabrán qué hacer y cómo actuar cuando tengan el mango. Por cierto, el lunes recibí la transferencia!

19 jun 2022 / 01:00
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