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La vida no sigue igual

    UNA de las cosas más enigmáticas de la vida contemporánea tiene que ver con la lucha cotidiana que mantenemos para lograr algo que, sin embargo, nos impedirá al mismo tiempo lograr otras cosas seguramente mejores. Qué se le va a hacer. Vamos en este río que nos lleva, es difícil nadar contra corriente.

    Por ejemplo, mientras sucede la pandemia, no comprendes cómo tenemos que asistir a debates recurrentes para los que ya no tenemos energía. Es cruel ingerir toneladas de debate político inane cuando todo eso debería resultar un tema menor, frente a lo que tenemos entre manos. Pero, a pesar de que todo el mundo está muy ocupado con el asunto del virus, los problemas económicos, el miedo y el hastío, de pronto regresan a los titulares los asuntos de siempre, como si tal cosa. Alguien debería decir: “por favor, dejen eso para más tarde”. O bien: “aplacen la bronca, den una tregua”.

    No puedes disimular, como si no hubiera una epidemia ahí fuera. Como si no hubiera frustración, debilidad y personas que lo que están pasando mal de verdad. Ya sabemos que la vida sigue y todas esas frases hechas, tan cansinas, tan huecas y banales, pero rogaríamos que no nos empujen al vértigo sólo porque así lo exige la moda del momento, porque así lo demandan las redes y las pantallas, todo eso que ya gobierna sobre nosotros.

    Mientras ómicron sigue su curso, y la pandemia se extiende de nuevo, algunos insisten en imponer una agenda mediática, como si la vida siguiera igual. Como si no pudieran esperar un poco, como si creyeran que lo resistimos todo, que aguantamos todo lo que nos echen, y que además no se puede perder tiempo. ¿Tiempo para qué? Perdón, aquí lo primero es lo primero. Lo primero es la gente y la salud. Dejen de lado todo lo que sobra, que es mucho, porque, sinceramente, no es tiempo para dar la brasa.

    Todo esto sucede, cerca y lejos. La pandemia es innegable, la preocupación de la gente no deja de crecer. Son enormes las dificultades para salir adelante... Pero la gran agenda global sigue su curso, implacable. Ya estamos hablando otra vez de asuntos incómodos en Europa y otros lugares.

    Mientras la gente corriente intenta sacudirse esta auténtica maldición, que ha destrozado las vidas de muchos, nos avisan de graves tensiones fronterizas, escuchamos que hace décadas que no había tantas posibilidades de guerra en los confines europeos, insisten en que se reaviva la guerra fría, pero también el desequilibrio mundial. No dejo de leer prensa norteamericana avisando de un peligro de guerra civil en Estados Unidos, si esta deriva de estúpida polarización continúa. Hay nuevas autocracias, populismos de brocha gorda, patrioteros (que no patriotas) recalcitrantes, mucho estruendo político, gran parte impostado, como si algunos aprovecharan precisamente este momento de debilidad colectiva, de miedo, de cansancio brutal.

    Todo se parece a la manera de actuar de esa gente (alguna hay) que, cuando atisba que alguien no está en su mejor momento, aprovecha para meterle el dedo en el ojo. Sigo pensando que el ciudadano aguanta mucho, mantiene con gran dignidad su silencio, frente al ruido provocador y molesto que recibe: un ruido no solicitado. La lucha contra la pandemia es lo primero, y eso nos está privando de muchas cosas, al tiempo que obliga a dejar en espera asuntos de verdad urgentes. ¿No estaría bien que algunos se frenaran un poco? ¿No deberían darse cuenta de que necesitamos un poco de tranquilidad y reflexión, que no queremos caer en ninguna carrera impuesta, en ninguna lucha en el barro, en ninguna competición de marear perdices?

    15 ene 2022 / 01:00
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