Las cenizas de Isabel

ENTERRAMOS a Isabel el miércoles pasado a sus 49 años y su muerte nos dejó la paz del justo. Nos juntamos en su funeral un centenar de amigos y parientes.

Father Edwin, el sacerdote que celebró la Misa, procede de Tanzania y está de paso en Galicia. No conoció a la difunta pero su homilía encajó la circunstancia en la perspectiva cristiana y no hizo falta más; nos asomamos a la Trascendencia. Las palabras de la Liturgia y las oraciones dichas con pausa en una iglesia limpia esparcieron la paz que nos proporciona la muerte del justo. Incluso el castellano tartaleante del cura africano potenció la serenidad ínsita en la liturgia católica. Sobrevolaba la perspectiva cristiana de la vida, que explicita la resurrección de la carne más allá del trago de la muerte. Palabra, acción sagrada y música. En una Misa se funde una acción local y un alcance cósmico; en ella caben la tristeza serena y la esperanza que reconforta.

Sonó además el coro, montado para la ocasión, con voces de las agrupaciones en las que cantó Isabel de contralto: el de la Orquesta Sinfónica de Galicia, Colegium Compostellanum, Coro Universitario. Bach y Mozart sazonaron esa ceremonia espiritualizante.

Entre los allegados que convocó el sufragio de Isabel había compañeros de trabajo, cantantes de sus varios coros, vecinos de barrio. Y decenas de parientes de su familia numerosa. En conjunto, el centenar de asistentes guardábamos con ella relaciones variadas de proximidad, empleo, afición, sangre. No somos islas: cada uno somos una encrucijada de afectos y ADN. La tendencia al individualismo salpica nuestra época y el funeral del miércoles pasado por Isabel en san José de Pontevedra conjuró ese mal. Éramos el ciento de componentes de ese imaginario grupo de Whatsapp. No estamos solos.