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Las colas del hambre

    QUIERO obligarme a pensar que la señora presidenta de la comunidad de Madrid no quiso decir lo que dijo al calificar de “mantenidos” a los colistas del hambre que también en su propia comunidad son muchos y cada día más. En realidad, no tengo ninguna palabra amable que me permita comentarlo sin ser hiriente, añadiendo más riña que otra cosa.

    Sí que quiero decir, sin embargo, que la largura de esas colas me parece que ya sobrepasó la linde de lo que puede y debe ser atendido por la simple solidaridad de los vecinos y asociaciones vinculadas al desarrollo de tareas de ayuda. No porque no deban hacerlo, claro, sino porque, cuando las cosas van a peor, como parece que van, y el problema de la carencia de alimentos va siendo cada vez más grave para cada vez más gente, les será cada vez más difícil atenderla.

    Todos los bancos de alimentos, Cáritas, las cocinas económicas, los albergues de necesitados, muchas ONG, Acción Católica y cuantas otras asociaciones me queden por citar, hicieron ya repetidas llamadas de soco-
    rro, porque se les agotan las existencias y los recursos, necesitando ellas mismas ayudas para atender a quienes se las piden.

    Ni la solidaridad, ni la limosna, ni ninguna otra forma de asistencia social voluntarista bastan ya para atender a un fenómeno que es cada vez más grande y grave. Ya son los poderes públicos los que tienen que acudir a los necesitados, armando programas específicos de asistencia, porque esa gente ya no son fulano o mengano, o este o aquel otro, personas singulares, individuos, en circunstancias peculiares ni excepcionales, sino todos, la sociedad misma, por su propio bien y seguridad, la que debe ser ayudada a resolver este problema, cuanto antes mejor, para que no enquiste ni gangrene.

    A las puertas de los ayuntamientos, o de cualesquiera otras instituciones que se presten a ello, deben esta-blecerse mostradores para el reparto de comida. O repartirla por las casas, cuando el necesitado lo necesite. O lo que sea y como sea, pero es necesaria una acción pública y urgente de lucha contra la necesidad alimentaria extrema.

    Puede y debe ser un complemento acertado para la renta básica recién implantada, que ya sabemos que o no llegó a todos o no fue bastante. Quizá también alguna parte de esos voluminosos fondos europeos con los que nos van a ayudar a salir de la puñetera pandemia, pueda dedicarse a esto.

    En todo caso, hay que hacer algo y ya. Y tanto por la dimensión de la necesidad como por su urgencia, yo creo que sólo pueden hacerlo, directamente, las instituciones públicas. Pero ya.

    22 abr 2021 / 01:00
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