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Las cosas de la calle

    Desgraciadamente la calle está de actualidad y no precisamente por algo bueno. La intransigencia y la brutalidad de la más amarga movida han puesto sus pies en ella y la están profanando miserablemente. La calle, ese santuario laico de la vida, está padeciendo la vesania de agentes destructores que buscan en la cuestión política argumentos inexistentes para dar salida al odio y a la más incivil iconoclasia.

    La calle, que es de todos, es ese parlamento móvil y urbano que sirve para dar respuesta a nuestros requerimientos sociales, desde el desplazamiento laboral, a la intrascendente tertulia, al modo peripatético y al reencuentro de las más inesperadas amistades. Por eso, cuando los salvajes retornan al recinto de la civilización, para prender fuego al mobiliario, romper escaparates y liarse a pedradas con el orden, nos invade una sensación de pasmo y desprecio hacia el hombre deshumanizado. Y no es esto lo más grave. Porque la política, la mala política, si profundizamos en la posible etiología, puede ser que no consiga evadirse totalmente de responsabilidades.

    No hay más que constatar cómo esconden algunos sus pronunciamientos de repulsa y condena, y otros dulcifican su criterio aludiendo, con exacerbante tibieza, a posibles justificaciones ante problemas laborales y otros temas del orden social. De todo hay, pero lo que no tiene justificación es sacar el capote para cubrir cobardemente la actuación de miserables energúmenos. Cuando esto hacen, por algo será y a los que vivimos, con asombro, tan lamentables actuaciones, nos entra la duda de si no estarán, en cierto modo, detrás de las causas remotas de tanto estropicio material y racional. Son aquellos que manejan ladinamente la más odiosa agitación y propaganda utilizando sus profesiones académicas o moviendo los hilos del argumento inductivo que le prestan los medios, con intereses bastardos.

    Helos ahí, poniendo nombres grabados con día y mes a las incuestionables movidas políticas nacidas en la calle, con la osadía de haber inventado un río sin afluentes y programado grandezas visionarias, para asaltar los cielos. Ahora ya sabemos quiénes son los que pretenden hacer realidad de la frase “la calle es mía “que, con toda falsedad, se atribuyó a un líder de la derecha, en la más infame leyenda urbana.

    Así es esa clase de políticos que llevan la revolución en el alma y la falacia y la mentira muy cercana, por lo que, cuando tocan el poder, se olvidan, pronto, de promesas y no tienen empacho en agarrarse a la riqueza que da el dinero y a vivir en mansiones, como ricos. Y empezaron en la calle.

    08 mar 2021 / 01:00
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