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Las pirámides que no cesan

    EN Francia fue creada en 1716 la Banca General o banco de John Law, como fue conocida por el nombre de su fundador, escocés, si bien protestante de credo, quizás por su estancia en Ámsterdam que fue donde adquirió sus conocimientos sobre la banca. Esta entidad fue la principal financiadora del estado francés y la emisora de papel moneda, por lo que en 1718 fue transformada en Banco Real. Pero su abuso en la emisión de papel desembocó en una crisis que hizo quebrar al banco y que implicó, durante un tiempo, la pérdida de confianza de la población en los billetes.

    Tal es así que hasta 1776, fecha de creación de la denominada Caja de Descuento, desde su constitución con el carácter de banco de depósitos, no se volvieron a emitir billetes en Francia. Pero, por las importantes operaciones de financiación al gobierno de 1787 y 88, el sistema quebró una vez más y los administradores de la Caja de Descuento terminaron, por un decreto de la Convención de 1793, en el patíbulo.

    John Law se convirtió en el precursor de grandes burbujas y estafas de la historia, como fueron la bursátil del 1929, la de Enron en el 2001, la de Madoff en 2008, e incluso las de las preferentes, sellos de correos y tantas otras que aún colean. No aprendemos. En mi último artículo recordaba aquella cita que refería que la historia se repite dos veces, primero como tragedia, después como farsa. Debemos corregirla, la farsa se repite en incontables ocasiones.

    Hace unos días conocimos que hasta 120.000 clientes podrían perder sus ahorros, que se estiman en unos dos mil millones de euros, al haber, teóricamente, comprado bitcoins. La operativa la desarrollaba una sociedad llamada Arbistar, que prometía rentabilidades del 15 % mensual, lo que permitiría duplicar los ahorros en menos de solo siete meses.

    Y se lo creyeron. El truco, como siempre, consistía en premiar a los clientes que captaban a otros inversores. Con ello los nuevos clientes permitían abonar las ganancias de los antiguos, hasta que, como siempre sucede en las estructuras piramidales, el sistema se rompe y solo una minoría, además de los organizadores de la trama, se retira a tiempo.

    Debo recordar al admirado José Luis Sampedro, cuando decía que “en nuestro país el bachiller conoce lo que es la calcopirita, pero no lo que es un banco, pese a ser casi seguro que habrá de recurrir a algún banco durante su vida, pero no a nada relacionado con la calcopirita”. Efectivamente, solo las carencias de cultura financiera pueden explicar que tal número de inversores hayan participado de la pirámide. No es creíble que fuese por especular en todos los casos. Suerte que tienen los defraudadores de que actualmente el patíbulo sea un objeto de museo.

    18 oct 2020 / 00:00
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