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¿Las tres cabezas del apóstol Santiago de Zebedeo?

Siguiendo con nuestra línea argumental, centrada en las reliquias atribuidas al apóstol Santiago de Zebedeo, debemos recordar cómo las autoridades de la Iglesia de Santiago de Compostela intentaron atajar y acallar las heterogéneas versiones existentes sobre la translación de sus restos mortales desde la ciudad santa de Jerusalén hasta el finibusterre de la Galécia romana. En este sentido, se sancionó con el anatema la difusión de las narraciones consideradas apócrifas, contrarias al relato oficial, unívoco e ininterpretable, manifiesto en el «Liber Sancti Iacobi. Codex Calixtinus» y en la «Historia Compostelana».

Así, los cronistas del ciclo gelmiriano abundaron en su martirio jerosolimitano y en el acarreo de su “cuerpo entero con la cabeza” a la costa de Jaffa, en donde sus discípulos “encontraron en la playa una nave que les había sido preparada por Dios, en la cual se hicieron a la mar llenos de gozo dando gracias a Dios de manera unánime tras embarcar el sacratísimo cuerpo, y después de evitar Escila y Caribdis junto con las peligrosas Sirtes, siguiendo el rumbo de la mano del Señor, arribaron a bordo del afortunado navío primero al puerto de Iria y luego llevaron el venerable cuerpo al lugar que entonces se llamaba “Liberum donum” y que ahora se llama Compostela, donde lo sepultaron siguiendo el rito eclesiástico bajo unos arcos de mármol”. O sea, sin ningún género de dudas, el cadáver completo del apóstol Santiago de Zebedeo [es decir, su cabeza, su tronco y sus extremidades] yacían en el “Locus Sancti Iacobi” desde mediados de la centuria inicial de la era cristiana. Sin embargo, en un lustro se sucedieron, vertiginosamente, el Concilio de Clermont (1095), la proclamación de la primera cruzada, la conquista cristiana de los Santos Lugares de Oriente (1099) y la conversión de Tierra Santa en el foco de atracción de miles de palmeras y palmeros atlánticos y mediterráneos. En este contexto histórico, en el año 1104 Mauricio Burdino abandonó la sede de Coímbra y se instaló, como ermitaño, en las afueras de Jerusalén. Según la «Historia Compostelana», cerca de su eremitorio vivía un anciano sacerdote, custodio de la “cabeza de Santiago Apóstol”, que el obispo conimbricense latrocinó, oyendo las siguientes palabras del viejo eremita: “Sé ciertamente, hermanos queridísimos, qué lleváis y qué precioso tesoro habéis robado. Marchad, que la gracia de Dios os acompañe. Pues conviene que, donde está el cuerpo de este apóstol, allí esté también su cabeza”.

La “cabeza de Santiago” alcanzó las costas de la Península Ibérica en el año 1108. Al principio se depositó en la abadía cluniacense de San Zoilo de Carrión de los Condes (Palencia), luego se trasladó a la colegiata de San Isidoro de León y, finalmente, la reina Urraca de Castilla ofreció este “regalo envenenado” al obispo Diego Gelmírez, quien habilidosamente dribló la encerrona real. Aceptó el obsequio sobre “el altar de Santiago”, en donde permaneció asociada al apóstol Santiago de Alfeo sin demasiadas atenciones. Véase, como muestra, que su lujoso relicario [que actualmente se encuentra en la Capilla de

las Reliquias de la catedral de Santiago de Compostela] se confeccionó durante el episcopado de fray Berenguel de Landoria (1317-1330).

Sin embargo, este relato debe afrontar la ordalía de la tradición romana. En este sentido, según el doctor Hernando de Salazar [1551], el emperador Constantino (306-337) fundó y construyó la basílica de los Santos Apóstoles en el distrito de Colonna en Roma, que después de su destrucción a manos de los “hereges”, reedificaron los papas Juan I y Pelayo I en el siglo VI. Esta iglesia “con muchos cuerpos de sanctos y con muchas reliquias sanctificaron e illustraron, adonde pusieron el cuerpo de san Philippo y el cuerpo de Santiago el menor”. Ocultadas durante centurias, conforme al testimonio del polígrafo Antonio López Ferreiro [1883], era reciente el descubrimiento “de las reliquias de San Marcos en Venecia, de San Francisco en Asís, de San Ambrosio en Milan, de los Santos Apóstoles Felipe y Santiago el Menor en Roma”.

En un simple recuento, a estas alturas de la contribución, contaríamos con el cuerpo completo del apóstol Santiago de Zebedeo y la cabeza del apóstol Santiago de Alfeo en Santiago de Compostela y con el cuerpo completo del apóstol Santiago de Alfeo en Roma. Sin embargo, la trama se complica cuando se consulta el diario de peregrinación del palmero John of Würzburg, quien acudió a Tierra Santa entre los años 1160 y 1170. Con minucioso detalle describe como “there is a large church built in honour of St. James the Great, inhabited by Armenians monks, and they have in the same place a large hospice for the reception of the poor of their nation. Therein is preserved with great veneration the head of that Apostle, for he was beheaded by Herod, and his body was placed by his disciples on board a ship at Joppa and carried to Galicia, but his head remained in Palestine. This same head is at the present day exhibited in this church to pilgrims” y así sigue siendo ocho siglos más tarde.

Si se repite ahora el inventario de reliquias, cuantificaríamos el cuerpo completo del apóstol Santiago de Zebedeo y la cabeza del apóstol Santiago de Alfeo en Santiago de Compostela, el cuerpo completo del apóstol Santiago de Alfeo en Roma y la cabeza de Santiago de Zebedeo en Jerusalén. En este sentido, avanzadas las centurias medievales, se evidencia un creciente escepticismo, como acontece en los casos de Jan Taccoen van Zillebeke y Andrew Boorde, que las autoridades eclesiásticas santiaguistas intentaron acotar mediante un singular cordón sanitario. Según y conforme el cuaderno de viajes de Arnold von Harff, “se dice que el cuerpo del Apóstol Santiago debe de estar en el altar mayor. Bastantes lo niegan después, porque dicen que está en Toulouse en el Languedoc [...]. Por medio de muchas propinas he intentado conseguir que me ensañasen el santo cuerpo. Me contestaron que aquel que no está completamente convencido de que el santo cuerpo del Apóstol Santiago el Mayor se encuentra en el altar mayor y desconfía de ello y después se le enseña el cuerpo, en el instante se vuelve loco como un perro rabioso”.

En definitiva, en el balance final de esta colaboración, hallamos dos cabezas en Santiago de Compostela y una cabeza en Jerusalén atribuidas al apóstol Santiago de Zebedeo, asunto directa mente relacionado con la falsificación y el latrocinio de reliquias en la Edad Media. ¡Ultreia et Suseia!

Bibliografía: «Hechos de don Berenguel de Landoria, arzobispo de Santiago», ed. y trad. de Manuel C. Díaz y Díaz, Santiago de Compostela: Universidade de Santiago de Compostela, 1983. «Historia Compostelana», ed. y trad. de Emma Falque Rey, Madrid: Akal, 1994. «Liber Sancti Iacobi. Codex Calixtinus», ed. y trad. de María José García Blanco, Santiago de Compostela: Xunta de Galicia, 2014. Antonio López Ferreiro, «Las tradiciones populares acerca del sepulcro del apóstol Santiago», Santiago de Compostela: Imprenta de la Gaceta, 1883. Denys Pringle, ed., «Pilgrimage to Jerusalem and the Holy Land, 1187-1291», Farnham: Ashgate, 2012. Hernando de Salazar, «Las yglesias e indulgencias de Roma», Medina del Campo: Casa de Guillelmo de Millis, 1551. John of Würzburg, «Description of the Holy Land», ed. y trad. de Aubrey Stewart, London: Palestine Pilgrim’s Text Society, 1890. Klaus Herbers y Robert Plötz, eds., «Caminaron a Santiago: relatos de peregrinaciones al “fin del mundo”», Santiago de Compostela: Xunta de Galicia, 1998. Patrick J. Geary, «Furta Sacra: Thefts of Relics in the Central Middle Ages», Princeton: Princeton University Press, 1991.

23 dic 2022 / 01:00
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