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Libertad o consecuencia

    desde hace años ya, hay un clamor en España contra la egoísta sobreactuación de los políticos, pero ¿no serán los propios ciudadanos los culpables del espectáculo que nos brindan? Hagamos el ejercicio de imaginar a cinco posibles votantes asistiendo a un breve intercambio dialéctico entre dos líderes políticos donde uno no hace más que soltar imaginativas insensateces, con las que les sorprende y les divierte, mientras el otro les aburre con argumentos de puro sentido común. ¿A quién respaldarían en las urnas? Seguramente, del segundo dirían que es una persona muy sensata y preparada, sí, pero... la emoción del disparate a contracorriente, ese puntito macarra que seduce al triturar el hastío de los cromos repetidos, esa belleza estética de los cínicos que se clava en el inconsciente... El primero sería el favorito para ganar, lo que conlleva una consecuencia letal: todos los dirigentes acceden a hacer el ganso... ¡con el objetivo de elevar su valoración!

    Pero vistamos a estos dos políticos imaginarios de mayor concreción: donde uno expresa su añoranza por los atascos en la Gran Vía, que a su entender constituyen uno de los grandes motivos de felicidad de los madrileños (Ayuso), otro contrapone a este plano del teatro de lo absurdo su avanzado modelo de ciudad sostenible (Gabilondo/Mónica García). ¿A quién prefieren los ciudadanos, según las encuestas? Vayamos un poco más allá y comparemos ideologías iguales: ¿qué resistencia podría ofrecer el déficit controlado de Feijóo contra el plan de computar como vivos a los concebidos no nacidos de Ayuso? Entremos ahora en la confrontación entre administraciones: ¿qué puede hacer el presidente Sánchez cuando Ayuso parodia a Fidel Castro con su lema “Libertad o muerte”, perdón, “Libertad o socialismo”?

    Acostumbrados a bienvivir en la abundancia de libertad, parece que en la capital atrae el riesgo imaginario de perderla. La simpleza del razonamiento ayusano se desenmascara no sólo porque a nadie se le negará el sufragio el 4-M, sino por el hecho de que ella misma pueda y vaya a vencer. ¿Por qué juegan, entonces, ella y su partido a proclamar que con Sánchez no hay libertad? ¿No consideran, acaso, un país libre aquel donde su Parlamento elija por mayoría a su presidente? ¿No juzgan positivo que exista un poder judicial que ponga coto a los abusos de los que se salten la ley, incluido el Gobierno, como demuestra la reciente sentencia contra una destitución ordenada por el ministro Marlaska? ¿Es que van a cuestionar también Ayuso y su partido el régimen nacido de la Transición? ¿O, simplemente, no les gusta la democracia cuando no ganan ellos?

    ¿Tiene algún sentido el viaje de Ayuso de la “Libertad o socialismo” a la libertad con Vox, partido que da más legitimidad a Franco que al actual Gobierno? ¿Coarta más la libertad Sánchez y los presidentes autonómicos por cerrar bares o Feijóo por obligar a vacunarse sin ni siquiera asegurar la misma vacuna para todos?

    En el juego adolescente de Verdad o consecuencia, los madrileños se dejan fascinar por un beso de la grácil Ayuso. Si no estuviésemos en pandemia, hasta podría ser divertido. Pero, con gracejos por argumentos, ¿qué cabe esperar detrás de la consecuencia?

    06 abr 2021 / 01:00
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