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Libertad o sometimiento

    TODO empezó en Dinamarca en 2005, cuando un escritor expresó su desánimo a Fleming Rose, editor cultural del diario Jyllands-Posten, por no encontrar ilustradores para un libro infantil sobre Mahoma. Este, alarmado por la creciente autocensura que el extremismo islamista estaba imponiendo en el ámbito cultural y periodístico, decidió publicar 12 imágenes del profeta enviadas por dibujantes y humoristas, como ilustraciones que acompañaban un artículo sobre la autocensura y la libertad de expresión. Este gesto de rebeldía, reproducido más tarde por el semanario satírico francés Charlie Hebdo, desató una respuesta sangrienta que enfrenta al legado occidental de la Ilustración con el oscurantismo que buscan imponer los radicales islámicos.

    De nuevo Francia ha sido objetivo de ataques terroristas, pero mañana podría serlo cualquier otro país europeo que represente los valores cívicos de tolerancia y de respeto a los derechos humanos, inspirados en la civilización grecolatina y el humanismo cristiano. Pascal Bruckner afirma, “lo que motiva al terrorismo no es tal o cual error de Europa o de América –y Dios sabe que hemos cometido muchos–, es el odio puro y simple. Este odio es anterior a toda excusa que se dé, comienza para odiar, y busca, a continuación, las razones. No se dirige a Occidente por lo que hace sino por lo que es”.

    El presidente Emmanuel Macron se ha mantenido firme en su defensa de los valores republicanos, a pesar de los atentados del último mes que han dejado tres muertos en una Iglesia en Niza, un profesor decapitado a la salida de su colegio cerca de París y a dos empleados de una agencia de noticias audiovisuales heridos de gravedad, cinco años después del ataque contra la revista Charlie Hebdo.

    Considerar esos salvajes atentados exclusivamente ataques a la libertad de expresión es minimizarlos, ya que siendo eso también, son mucho más. Son un desafío a nuestra civilización y a su sistema de valores, a pesar de que estos se han convertido por el relativismo imperante en un lejano recuerdo histórico que el viento se llevó, más olvidados por nuestras propias dejaciones que por los ataques externos que puedan sufrir.

    Lo cierto es que la políticamente correcta blandura con que se aborda este tema, el apaciguamiento e incluso la rendición preventiva, tan del gusto de algunos políticos, explican la facilidad con la que la tiranía de las armas y las bombas impone la convicción de que todo el que no ajuste su conducta milimétricamente a lo fijado por el Islam que practica la Yihad, puede ser castigado de manera implacable.

    Macron no se arredra y está haciendo gala de un liderazgo valiente y firme en defensa de los valores occidentales. Francia es ahora el campo de batalla, pero en esto no puede estar sola. La Europa de Voltaire, la de las luces, la que instauró como principio básico de la civilización el derecho a la libertad de expresión y la convivencia de credos, costumbres e ideas en una sociedad abierta, tiene que reaccionar. No puede consentir que el poder de la intimidación tenga efectos anestésicos en el corazón mismo de la cuna de la democracia. Debe abandonar su frívolo egoísmo y dejar de traicionarse a sí misma, como hacen las sociedades decadentes, para liderar una respuesta conjunta ante el terrorismo islámico, un fenómeno que antes de la llegada del covid era la gran amenaza del Viejo Continente.

    05 nov 2020 / 00:00
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