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Lo de Djokovic

    COMO no podía ser de otra manera lo de Djokovic (apodado Yocovid en las redes, en un regate inesperado o irónico a la corrección política habitual) ha terminado en un lío, en un quilombo: no ya local, tenístico y eso, sino diplomático. Hoy los conflictos, si es posible, que sean diplomáticos. Ande o no ande... etcétera.

    La verdad es que nos pirra una buena bronca, no siempre necesaria. No pondré ahora toda la carne en el asador con lo de Garzón, que es materia compleja en la que se deben deslindar muchos aspectos: si acaso, otro día. Pero en lo tocante al tenista serbio, que es la comidilla de las redes y de las pantallas, me ha sorprendido cómo se ha prendido la mecha, como ha crecido el lío, llevando incluso gente a la calle, con manifas y tal, lo que no siempre se hace por causas graves.

    Pero es que el fenómeno de los ídolos tira mucho: los antivacunas, parece ser, lo han convertido en héroe mediático, y eso tampoco es raro. En plena era de la propaganda y la simplificación de todo lo que nos rodea, mejor salir con una celebridad, mejor servirse del poder de convocatoria del chico, cuyos méritos deportivos, absolutamente extraordinarios, nadie va a discutir.

    Pero a Nole no le conviene moverse de la pista de tenis, que es su lugar natural, donde, sin duda, todo lo hace bien. Como decía alguien ayer en una televisión (todo esto genera mucho debate, y además debate bien polarizado, como se estila en estos tiempos), hay una cierta tendencia a creer que el que es bueno en algo puede ser, tiene que ser, bueno en todo. Podríamos llamarlo la regla del “porque yo lo valgo”.

    La aclamación a los campeones deportivos no es nueva, eso no, pero ahora son estrellas mediáticas que ya quisiera un Premio Nobel, al que a duras penas conocerán por la calle. La pantalla ama el deporte y viceversa, y soy el primero en meterme largas sesiones movistarófilas de pista azul, o la que toque, también tierra batida, viendo a tenistas quitarle telarañas a las esquinas, como se dice siempre, creo que demasiadas veces (aunque telarañas, no hay: todo está niquelado). Pero de ahí a considerar que estamos antes héroes del nuevo tiempo, gente próxima a la perfección y la verdad absoluta, dioses para consumo del pueblo, hagan lo hagan, pues hay un trecho. La adoración de los ídolos en el altar de las pantallas es algo muy bien conocido. Yo me limito a flipar con lo que hacen con la pelotita.

    Como en esta edad de la sobredosis de información nada está claro, ni las verdades ni las mentiras, y todo termina convertido en una masa informe, ignoro la realidad real de lo de Djokovic, y más ahora que el juez ha sentenciado a su favor, hace apenas unas horas. Poseer un buen equipo de abogados seguro que ayuda en circunstancias así, pero, en fin, como dijo Nadal, la justicia ha hablado. Djokovic habrá pensado: set y partido. A eso, a salir victorioso, está muy acostumbrado.

    Lo peor del asunto es cómo en segundos la cosa se incendió: parecía una metáfora de la realidad toda. Las protestas de los que a duras penas pueden atravesar una frontera, incluso bien provistos de papeles, se pueden entender. Se dijo, y se publicó, que se había quejado por el lugar al que había sido conducido, a la espera de esclarecer el asunto, se dijo que había pedido que le dejaran al menos a su chef de confianza..., y cosas por el estilo. No sé si son esas cosas de las estrellas que los mortales no entendemos. Pronto brotaron en las pantallas, creo que fue su propio padre, los que dijeron que estaba siendo tratado como Cristo en sus últimos días. En fin. Así son estos tiempos. No quiero imaginarme la movida si gana el torneo.

    11 ene 2022 / 01:00
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