Lo porno

LO porno es pegajoso y cuesta quitarse de él. “Tuve que dejar de ver la tele y escuchar radio para lograr que mi cerebro dejara de traer cosas viejas”, explica Deanna Spangler, una actriz porno después de operar diez años en esa industria. Toca a padres/ abuelos estar al tanto de lo que ven los hijos y nietos y darles instrumentos para rechazar esa atracción.

A los diez años ven porno por primera vez y siete de cada diez consumen estos contenidos sexuales de forma frecuente: en la intimidad, a través del móvil, con contenidos gratuitos on line. La pornografía se ha convertido en profesora y consultorio de sexualidad para los adolescentes, pero su deseo sexual se construye sobre cimientos irreales, violentos, desiguales, propio de la ficción.

Save the Children es una institución fundada en 1919 para trabajar por los derechos de la niñez. En septiembre pasado publicó un informe, Informe (Des)información sexual: pornografía y adolescencia, desvelador de hechos que preferiríamos ignorar. De ahí proceden los datos que doy arriba.

Y Rosa Cobo, de la Univer-sidade da Coruña, publica Pornografía. El placer del poder (2020) con acento feminista: las mujeres salen muy perjudicadas en ese territorio: son presentadas como objeto de deseo, con riesgos de agresión sexual por parte de esos consumidores porno. Los hombres son más consumidores y adictivos. Las imágenes que recibimos en nuestra mente no se borran, y las sexuales menos. Es difícil resetear el cerebro.

Nuestra civilización está en muy sexualizada, y se llama porno soft a esa sensualidad que acompaña a filmes y series ofrecidas al público general. Por ser adictivo, gratificante, es un tobogán exigente y por ser destructivo exige remedio tajante: apagar la fuente y abrir los sentidos internos a realidades más nobles. Un estudioso del asunto añade un dato: los adolescentes que siempre cenan en familia acceden menos a la pornografía... Parece imitable.