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Lo que está en juego

    COMIENZA el mes de julio con calor, pero sobre todo con un nuevo catálogo de alarmas. No sólo aparecen los rebrotes, que se veían venir, sino que los científicos advierten de que otras pandemias podrían estar en ciernes, como esa cepa emparentada con la gripe A y que al parecer se encuentra en los cerdos. Como dice el otro, no hay tregua. No la hay en ningún terreno. Nos hemos acostumbrado al vértigo, inventado por algunos para mantenernos ocupados y siempre en tensión, y ahora resulta que a un mal parece que le puede suceder otro, y así sucesivamente. ¿Qué hemos hecho para merecer esto?

    No tiendo al apocalipsis, no me gustan nada los agoreros, ni mucho menos los alarmistas, que abundan tanto como los sembradores de miedo, herramienta muy utilizada a lo largo de la historia. Quizás todo eso es muy productivo mediáticamente. Pero está claro que necesitamos un respiro. La gente no puede más: esto es lo que pasa. No se puede estirar tanto la realidad urgente, no podemos vivir siempre así, en el perpetuo vértigo, en la perenne negatividad. No hay seguridades absolutas, lo sabemos bien. No las hay. Pero tampoco podemos aceptar que todo es posible, una cosa y su contraria, que todo depende, que estamos en el flujo líquido del presente y que este es el río que nos lleva, la corriente imparable, el oleaje que nos mece. Necesitamos un poco de control de nuestra parte, no sólo desde los poderes, no sólo desde la no siempre muy visible dirección de las cosas del mundo.

    Recuperar nuestra propia narrativa como ciudadanos anónimos es muy importante, frente a las narrativas oficialistas o propagandísticas. Como dijimos el otro día, se ha secuestrado la conversación, o se ha enterrado bajo las palabras de diseño que vienen desde arriba. El mayor error del ciudadano moderno es perder la distancia crítica y aceptar los argumentos como flashes de moda, como asuntos de la modernidad que le vienen dados. El secuestro del lenguaje tiene que ver, ya lo hemos dicho, con la perniciosa simplificación. Se le dice a la gente que se habla de ellos, de lo que les interesa, pero en realidad se les impone un lenguaje básico y pueril, que responde a los intereses de un pragmatismo banal, o brutal, que quiere calar como una lluvia fina. De ahí también la frecuencia de acciones mediáticas que pretenden ser simbólicas sin un mínimo de profundidad histórica, sin tener en cuenta los contextos. La ignorancia es muy atrevida, pero es mucho más atrevido insistir en darnos hecha la interpretación de la realidad.

    Advierto un gran hartazgo, que empeora con los problemas económicos. Como decía ayer el maestro Del Pozo, “ya se sabe, desde siempre, que el caos engendra tiranos”. De las crisis se puede salir con una revolución científica y positivista, ya me gustaría, o con una merienda mediática, dirigida por ególatras visionarios y telepredicadores de segunda. La gente quiere decidir cuáles son los temas del presente, más allá de los catálogos globales. Y si todo el peso del desplome de la economía, que ya nos anuncian, cae sobre el pueblo, ojo al dato. Una segunda pandemia sería demoledora, pero peor sería salir de esta cayendo otra vez en la filosofía cutre de las frases hechas. Científicos o telepredicadores: ahí se juega el futuro.

    01 jul 2020 / 00:12
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