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Lo que hiere a las democracias

    LA FRASE del nuevo presidente de los Estados Unidos puede significar muchas cosas, pero, sobre todo, significa que Trump ha de quedar atrás. La frase de Biden es, ya saben, “Estados Unidos ha vuelto”. Lo que sucede es que no resulta fácil despojarse de tanto dislate, enmendar la plana al afamado y tormentoso populista tuitero, que, retirado a sus asuntos y a sus campos de golf, amenaza con volver. Ya sea él, algo improbable, o sus acólitos.

    Pero nadie duda que los años de Trump han revelado muchas fisuras globales, han explicado, incluso sin pretenderlo, el peligro de los desequilibrios y, sobre todo, la temeridad que supone gobernar desde la superficialidad y el pragmatismo desinformado, glorificando la ignorancia, valorando las ideas elementales por encima de cualquier complejidad, más que nada por propia conveniencia. Tener al pueblo en las Batuecas, venderle la moto de cuatro tuits propagandísticos, es mucho más rápido. Y más fácil.

    Biden, que ya tiene una edad, sabe que será un presidente de transición, que tiene que volver a ordenar los muebles y las ideas, pero también sabe que la era de Trump ha existido y no puede borrarse de un plumazo. Viene a adecentar la casa, con el tiempo justo, y lo que venga después podrá ser más de lo anterior o un camino para la renovación, para el futuro de verdad, de la mano de jóvenes políticos que, en contra de lo que parecía, ya han visto peligrar la democracia.

    Lo que está en juego no es tanto un sistema político como el futuro de la libertad. La perfección no existe, y las democracias son, por definición, imperfectas. Hoy, los cantos de sirena tienen muchas vías para hacerse oír: en todo el mundo. Y muchos logran un extraordinario éxito, porque las sociedades heridas, donde el malestar crece, constituyen un terreno abonado para la discordia, el descrédito, el desánimo, y, finalmente, la desafección. También para el auge del pensamiento extremista, o incluso violento, que, dadas las circunstancias, puede hacerse pasar con éxito por revolucionario.

    El aumento de la incertidumbre, el malestar y la sensación de sufrir un trato injusto, alimenta sin duda la fragilidad de las democracias, las corroe por dentro, las hace más inestables y proclives a dejarse convencer por ideas simplistas, pero en modo alguno ingenuas. Se necesita un rearme cultural y educacional, porque la ignorancia es caldo de cultivo para todas las formas de autoritarismo.

    Está muy bien el renovado europeísmo de Biden, pero, ya puestos, sería conveniente fortalecer el europeísmo de la propia Europa. Tiene que ver con la defensa de las democracias y de una idea de modernidad que se consigue desde la colaboración multilateral, nunca desde la autocracia. Dicen que Draghi defiende más las ideas que las ideologías, más la colaboración entre distintos que la tensión como libro de estilo. Veremos.

    Ahora bien: no se trata de dejar de tener una mirada crítica hacia el sistema, ni de pasar por alto los errores de Europa. Ni mucho menos. Como ya dijimos aquí, Europa hará mal si olvida a sus jóvenes, a sus territorios deprimidos. Ha de integrar el discurso de la modernidad en su mecanismo, a veces difuso: frente a los vendedores de un supuesto autoritarismo salvador, que algunos abrazan como se abraza a un oso, más libertad. Lo atractivo ha de ser la libertad y el conocimiento. El malestar persistente mata a las democracias.

    21 feb 2021 / 01:00
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