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Los amores difíciles

    EL MATRIMONIO político entre Sánchez e Iglesias siempre se vio como un arreglo urgente y coyuntural, como tantas veces en política, y mayormente porque había que tejer un pacto, como se hizo, tan complejo e incómodo que justamente por eso puede llegar al final de la legislatura. No creo que aspiraran al amor, sin embargo, sino a ir llevándolo, encontrarse en las habitaciones del poder de vez en cuando, algunas llamadas para ver cómo va la cosa, cómo sigue la familia, y los momentos que dan los pasillos del Congreso o el Consejo de Ministros, canutazos con la prensa, aunque tampoco mucho, mientras la pandemia nos mueve el suelo que pisamos.

    No digo que haya sido fácil, con la movida del virus, pero en realidad vivimos en ese estado líquido un tanto viscoso, por el mar de fondo de las aguas procelosas en las que nadamos. No hay día sin tuits y cosas. La batalla de la política sigue su curso, independientemente de la realidad. Ayer vi a Íñigo Errejón haciendo un directo frente la Congreso de los Diputados, con los leones a su espalda, en el que decía, más o menos, que la gente habla de una cosa y la política de otra. Está mal el divorcio de líderes y partidos, o la indiferencia, que es lo más triste del amor, pero lo que es pésimo es que la ciudadanía tenga un relato que a duras penas se cruza con el guion diseñado en las altas esferas. Cabe la posibilidad de que se hablen lenguajes distintos.

    A ras de suelo las palabras son otras. Las prioridades, también. La intemperie es lo que tiene. La verdadera modernidad está pendiente, no sólo por el paréntesis terrible de la pandemia, sino porque hay que reinventar un futuro parcialmente destruido, lo cual implica, también, reinventar la política y los liderazgos.

    Supongo que estarán pensando que me estoy poniendo estupendo. La renovación consistirá en liberarse de modas absurdas y propagandas insufribles. En las dos últimas décadas, cuando menos, el mundo se ha visto sometido a una presión extraordinaria de ideas banales, simplicidades, dogmas de todo pelaje, mucha doctrina y por ahí. Nada de eso debe formar parte de un futuro complejo, porque el autoritarismo o el regusto doctrinario sólo conducen al enfrentamiento y a la amargura de vivir.

    Pasadas las elecciones catalanas, que algunos creen que demuestran de nuevo una división importante, en Madrid se afanan en los acuerdos largamente postergados, casi por sorpresa. Cataluña ha supuesto un antes y un después. Pablo Casado, como con prisa, se puso de inmediato a dibujar otro escenario, pasando página en forma de edificio. Zarzalejos me decía que las casas importan mucho, por eso no entiende por qué la Monarquía nunca ha tenido una oficina en Madrid, en el centro mismo, en lugar de despachar en este entorno idílico y boscoso.

    La primavera va a traer amores difíciles. Ya lo eran, pero ahora se notan más. En las últimas horas el acercamiento entre Casado y Sánchez, que pretenden desatascar los asuntos pendientes (algunos realmente encallados: han empezado por RTVE), coincide con la llamada de Iglesias a revisar la situación de su unión temporal, pues ha aireado numerosas diferencias. Nadie dijo nunca que Iglesias se mantendría callado, pero muchos han creído ver un deterioro progresivo con el avance de los meses. Puede que sea cuestión de proteger el territorio, de estar en bien colocado tras Cataluña, a la espera de que el país pueda volver a arrancar tras la pandemia. Pero no llegará la sangre al río.

    26 feb 2021 / 01:00
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