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Los surfistas

    POR muy prevenido que estés, la primera ola siempre te coge por sorpresa. Lo hace porque sólo te empapas de realidad cuando la tienes encima. Hasta ese momento, todo son conjeturas. Que si va a ser un buen o un mal día. Que si las corrientes que impulsan los vientos de aquí y de allá hacen presumir dificultades. Que si en la playa ondea una bandera y en la televisión anuncian un estado del mar diferente. Que si el neopreno es o no el adecuado. Dudas. Es la incertidumbre que siempre aparece cuando te enfrentas a una primera ola.

    Dicen que en la vida hay dos grandes tipos de situaciones: aquellas en las que ganas y aquellas en las que aprendes. Quizá por eso, los buenos surfistas sacan conclusiones útiles del primer revolcón del mar. Conclusiones que aplican luego a su manera de surfear. Incrementan su nivel de respeto al océano. Procuran mejorar sus tablas y sus neoprenos. Estudian las predicciones meteorológicas antes de salir a surfear. Y al hacerlo, extreman la cautela. Por desgracia, a la mayoría de los surfistas les cuesta aprender rápido estas lecciones.

    Y entre tanto, llega otra ola. Una ola de más envergadura. Una ola de mayor amplitud. Los expertos advierten que es hora de nadar y guardar la ropa. Pero muchos surfistas, todavía noqueados por el impacto de olas anteriores, haciendo caso omiso a las predicciones se hacen a la mar. “Hay que vivir”, gritan mientras se suben a sus tablas.

    Desgraciadamente, miles de compañeros, a su alrededor, se ven arrastrados mar adentro. Los más intrépidos, lo ignoran. Creen que mirar para otro lado es la solución más oportuna para seguir en pie sin entrar pánico.

    Mientras los disfrutones surcan las olas con bravura, mirando al mar y viendo la dimensión de las embestidas las autoridades deciden ofrecer manguitos a los surfistas. Muchos, la gran mayoría, los aceptan. Pero otros los rechazaron con energía. “Surfear con manguitos no es surfear. ¡Dejadnos disfrutar con libertad!”, reclaman para sí.

    Lo más desgraciado del mantra es que la mayoría de los “negacionistas de los manguitos” pertenecían al colectivo que más veces y por más tiempo surfeaba. Y por la ley de la probabilidad...

    Con los manguitos llegó la calma. Y aunque muchos surfistas empezaron a caer, sus golpes eran menores. El menor impacto de sus caídas, la sensación de seguridad de los manguitos y los deseos cada vez mayores de lanzarse al mar acabaron por provocar una estampida de surfistas hacia la playa. Pero, ¿desde cuándo las estampidas fueron buenas?

    ¿Necesitamos más olas para aprender a surfear?

    19 nov 2021 / 01:00
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