Madrid electoral

PRESENTAR unas elecciones locales como opción entre democracia y fascismo, mientras el BOE, confundiendo Estado y partido, dice que el PP tras 2011 desmantela las libertades, contradice un término como “fascista”, de otros tiempos y circunstancias, que el gusto populista por tensar usa para convertir al rival en enemigo odioso. Incluso si hubiese sido verdad lo dicho en el BOE, por cómo se dice y donde se dice se parece a denuncias del Völkischer Beobachter del sistema de Weimar en los años de su desmantelamiento.

Hace años un micrófono abierto jugó una mala pasada a dos presidentes hispanoamericanos y trascendió su conversación en que comentaban que España debía su modernidad a Europa. ¿Se imaginan la España actual trasplantada a la Hispanoamérica de modesta tradición democrática? Sin trabas, Sánchez gobernaría con la franqueza con que confunde partido y Estado.

En Madrid se celebraron dos debates electorales. Insustancial el primero, aquelarre trucado el segundo. En aquel, Iglesias adoptó un tono bajo, estratégicamente útil a su exaltación política, mientras Gabilondo se reconocía ya como su aliado después de haberle negado tras tantear si enseñando la patita blanca bajo la puerta podría engañar a la abuelita y heredaría Cs. Su socialismo se distingue de Leguina, Nicolás Redondo y otros que están con Ayuso, en que es servilmente doctrinario.

En este tiempo ya no se es ni se deja de ser socialista. Como decía Jung para la centralidad personal, la política no debe ser expresión de rigidez sino balancearse de modo compensatorio según circunstanciales exigencias. Iglesias rompió el segundo debate, ofendido porque Vox pusiese en duda la autenticidad de unas amenazas.

Estudiada ausencia de Iglesias, indiferente cuando Ayuso, desenvuelta chulapa que no se corta un pelo y devuelve todo, sí le había ofendido en el primer debate.