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Mal sitio

    TUVE que hacer un esfuerzo para encontrar la estatua dedicada a Isaac Díaz Pardo en la Alameda de Santiago de Compostela, a pesar de ir a ella casi todos los días de la semana. Y precisamente por eso, me veo en la obligación de decirle a quien corresponda que el sitio que se ha escogido para colocarla me parece de lo más inapropiado.

    Ya sé que si le hubiésemos preguntado a Isaac que le parecía que se le dedicase una estatua en la Alameda, o en cualquier otro sitio de la ciudad, nos habría mandado a paseo, no sólo por lo adecuado del entorno para tal actividad, sino porque el mero hecho de contestar a la pregunta lo consideraría un sembrado pecado de vanidad. Si, con todo, se le forzase a contestarla, primero diría que no a la estatua y, luego, que tampoco a ese lugar ni a ningún otro. Isaac era, quizá por encima de todas las demás cosas, un tipo humilde. Muy humilde. Nada de estatuas.

    Sin embargo, tenemos la suerte, que es un decir, de poder decidir sobre asuntos que le conciernen sin contar con él, por lo que podemos dedicarle una estatua o lo que nos venga en gana, pero deberíamos, al menos, hacerlo a la altura de las propias razones que nos llevan a querer hacerle un homenaje de ese tipo. Creo que lo hacemos, y si no que se me corrija, porque lo consideramos persona no sólo de merecido respeto y admiración para nosotros mismos, sino también digno de ser mostrado como ejemplo a los convecinos, que supongo que para eso, además de guardar el recuerdo, se erigen las estatuas. Es lo que queremos.

    Peso si las cosas son así, la primera condición de las estatuas seguramente es la de que sean visibles, que se alcen en lugares de tránsito frecuente y abondoso de la gente y, hombre, si puede ser, sabiendo que probablemente permanezcan en el lugar que se le asigne muchos años, una plaquita que diga por qué están allí y quien era el sujeto homenajeado. Pero es el caso que, para empezar, la estatua de Isaac Díaz Pardo no es visible: está colocada en un lugar del parque por el que pasa más bien menos gente que por casi cualquier otro. Vamos, que hay que preguntar por ella. Es decir, que para lo que se pone, no vale. Es como clandestina.

    Me atrevo a proponer que se baje la estatua de Isaac Díaz Pardo para el Paseo de los Leones, donde ya está la del literato Valle Inclán. No importa que haya más de una. Ese sería un sitio de considerablemente mayor visibilidad. Incluso hay en él unos bancos de piedra, como el que la sostiene arriba, en el caso de que eso interese a la hora de querer darle firme. Y si ese acabase siendo un ‘Paseo de Próceres’, mejor que mejor.

    15 oct 2020 / 00:00
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