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Maldito, bendito fuego

    LA NOCHE y la playa se inundaron por fin con el largo cuerno de la hoguera. La gente rompe en la noche de San Juan como un oleaje, paseándose a cuerpo. Largas horas de claridad y de magia, de conexión con los orígenes, con la piel de la tierra. Y con su boca, que dice la verdad.

    La pandemia y el gran miedo del mundo nos han impedido volver a las calles de manera rotunda, y quizás tardemos tiempo en esa reconquista. Estamos bajo el dominio del temor, bajo la manipulación de las palabras oscuras. Las hogueras brillaban, serpeaban por el contorno de la playa en algunos lugares, se adentraban en barrios que son territorios domésticos, muy personales. Hay un lado atávico que nos invita a sentir la sensación de que podemos liberarnos con la luz, de que el fuego, todo para el fuego, nos librará de los males pasados y dará lugar a otro tiempo. No sólo es la noche del poder del fuego, sino de las hierbas y el agua. El halo panteístico nos recuerda que al agua ha sido adoptada por todas las religiones como elemento renovador.

    El lado folclorista y fiestero de la noche de San Juan viene embozado de creencias cristianas, como tantas fiestas de origen pagano. Zacarías hizo una hoguera para anunciar el nacimiento de su hijo, el Bautista, pero, en realidad, todo parece remitir a la adoración ancestral del sol y de la luz. En los últimos años, un festival de poesía, organizado por mi buen amigo Paddy Bushe, el poeta de Amergin por excelencia, me llevaba a Irlanda en fechas como esta. Las mismas hogueras, las mismas creencias. Tiempo atrás viví el mismo experimento con Santa Brígida, a la sazón segunda en el ranking tras San Patricio..., pero, en ese inicio de febrero, también era una santa con orígenes druídicos. Es eso que llamamos sincretismo, y que ahora regresa con fuerza, pues la naturaleza se revela como el dios del futuro que estamos dejando morir. Al que estamos matando.

    Pensé en cómo ese fuego liberador chocaba con el que había ennegrecido la piel de la Sierra de la Culebra hace apenas una semana. El poder de la naturaleza es omnímodo, se regula a sí misma en muchos lugares, resistirá aquí cuando nosotros ya hayamos sucumbido, nos convertirá en anécdota, quizás en una anécdota arrogante que se atrevió a envenenar el agua y el aire.

    Pensé en el maldito fuego que arrasa con la vida, y que conocemos bien, y de su presencia inevitable en la generación y evolución de este planeta. Pensé en cómo olvidamos, cómo lo que fue terror en unas noches se convierte en impotencia y en un castigo para varias generaciones. Pronto sólo será el paisaje calcinado que veamos al pasar fugazmente, quizás desinteresadamente, hacia las grandes ciudades, una tragedia más, un paso más hacia el abismo. El planeta recalentado, las temperaturas desbocadas, el junio más tórrido de la historia, las noches tropicales, invitan de inmediato a otras medidas en el bosque. No se puede negar lo que es evidente.

    Ojalá el fuego benéfico de las hogueras de la otra noche, el otro fuego, nos haya librado de todo mal. Ojalá la hermandad de los amantes de la tierra, adoradores del sol y de la luz, hermanos de sangre de aquellos primeros días, ilumine los días venideros, vuelva el sol a jugar con las copas de los árboles, regrese al abrazo de las playas, agua para reiniciarnos, para purificar el corazón, mientras recogemos en un pañuelo el polvo de oro de los helechos.

    25 jun 2022 / 01:00
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