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Malos rumbos

    CAÍDO el estado de alarma, todo es previsible. Las comunidades, algunas, no todas, sí han escenificado cierta desazón. Eso sí, tampoco han tardado en aseverar que sus servicios jurídicos no le permiten la adopción de medidas restrictivas cuáles si aún viviésemos bajo ese estado. La cuestión no es tanto ésta cuanto saber en verdad qué grado de permisibilidad ha tenido el estado de alarma, que ha sido mucha. Y no me refiero por la cercanía cotidiana del día a día de Madrid donde las terrazas solo han tenido una cosa buena, evitar tráfico y coches, amén de ser un rescate de oxígeno fundamental para la hostelería, al tiempo que han estado literalmente atestadas. Y no siempre respetando el número de personas que legalmente se decía, más bien, en esto, ha sido vergonzoso.

    Pero el rumbo de lo que viene y conociendo al españolito de a pie, además de tropecientos estudios y análisis sicosociológicos la pauta parece que va a ser no la de la prudencia, cuanto la de salidas masivas intra e interprovinciales. Periferia y centro. Cual si mañana, simplemente no hubiese precisamente, mañana.

    El pasado viernes un artículo de un diario de los que se edita en la capital versaba bajo un provocador título “cuando las Ucis se llenen de vacunados”. Confieso que no lo he leído entre otras cosas no por falta de curiosidad, cuanto por esa costumbre a la que quizá tengamos más pronto que tarde que aceptar, de pagar por leer los artículos. Pero los presagios no son buenos. Todavía el ritmo de vacunación por mucho que se haya acelerado en las últimas tres o cuatro semanas no es el óptimo. No llegamos apenas al 30% de población con una sola dosis, poco más del 12 % con las dos, y veremos si son suficientes. El goteo de contagios no cesa, como dramáticamente el de fallecidos día a día, aunque esto ya no abre titulares y apenas pasa de ser la quinta o sexta noticia de un telediario, y eso sí, subliminalmente o bajo rótulos mientras las fotos o los videos se realizan en los puntos de vacunación.

    Vamos para quince meses conviviendo con un virus al que se le ha perdido todo miedo y respeto, sobre todo la gente más joven, curiosamente cuando la media de edad de quiénes se hospitalizan e ingresan en las Ucis cada vez es menor. No ha habido voluntad política en afrontar una alternativa prudente y razonablemente objetiva tras este estado de alarma. La taifalización de las comunidades autónomas puede llegar al absurdo. Y los jueces van a tener que decidir no pocas situaciones. Pero esta no es la solución, ni tampoco el ejemplo de una gestión que dista mucho de ser eficiente en todos los niveles y parroquias de este país. Hay mucho que tapar y callar, y casi nadie está dispuesto a responder por nada o verse en evidencia. Que se lo digan al televisivo presidente cántabro con o sin puro en la mano.

    Sí, no quiero ser pesimista, pero malos rumbos y veremos si al final somos capaces de evitar una nueva ola o no, la enésima o qué importa ya el número como el de los muertos cuando el aulario nacional ya no le interesa siquiera saberlo y menos arrojarlo como arma política polarizada.

    10 may 2021 / 01:00
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