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Maneras de sobrevivir

Madrid, Madrid, Madrid... Recuerdo una excursión cultural a la capital del reino, llevada a cabo en mi curso preuniversitario y ejecutada en aquellos viejos baúles andantes que Joaquín Sabina llamó sucios trenes que iban hacia el norte. Del noroeste veníamos nosotros a citarnos con Goya y Picasso, y nos dimos de bruces con una ciudad que olía a Rosendo y a Leño por todos sus costados. Para empezar, nos lo encontramos a él en persona desayunando en un bareto de Atocha. La diferencia entre verlo en un escenario o en una barra ante un café con leche podría haber sido brutalmente desmitificadora si no fuese porque consideró oportuno invitarnos. A algún nota del reducido grupo que se independizó de los profes nada más pisar tierra se le ocurrió cantarle a sus espaldas “No pienses que estoy muy triste/ si no me ves sonreír...” y, cuando se dio la vuelta y se vio desarmado, con una porra en sus manos en vez de una guitarra eléctrica o un cubata, no tuvo más remedio que pagarnos algo para que no se lo contáramos a nadie.

En esa misma zona cercana a los grandes museos, horas más tarde entramos en una hamburguesería pequeña y oscura de aquellas de la era prefranquicias. Dos camareros secaban platos detrás de la barra mientras en los bafles sonaba la misma voz de la mañana, pero en cinta de radiocasete: “Voy aprendiendo el oficio/ olvidando el porvenir...”. Aquellos majaras bailaban y tiraban los platos por el aire para apilarlos como si estuviesen jugando al baloncesto, con las subsiguientes pérdidas para el jefe del negocio, que apostaría que ni era ninguno de ellos ni estaba allí presente. Nuestra sorpresa pareció animarlos y hubo un momento en que si la vajilla tuviese un chivato como los depósitos de gasolina de los vehículos estaría avisando de la proximidad del fin de existencias. Puede que no estuviesen tan trallados. Tampoco bebidos. Sólo buscando su sitio bajo el influjo galvánico de Maneras de vivir. Nosotros fuimos consecuentes con la que allí contemplamos y, discretamente, nos marchamos sin pagar.

Isabel Díaz Ayuso, la gran dama de la última opereta de éxito en la capital, también lo hace desde el espíritu de su programa electoral, Viviendo a la madrileña. Cañas y toros, bocata de calamares y libertad sin igual para el que pueda pagarla –o escape sin hacerlo–, como señas de identidad de un lugar en el mundo alrededor de su Chamberí natal, desde donde se propone unir el Madrid de los Austrias, el de los Borbones y hasta el republicano en un gran parque temático de cata de cerveza al libre albedrío por el módico precio de un voto. Consciente o no de ello, qué bien supo entonar aquel viejo canto de Rosendo, “No sé si estoy en lo cierto/ lo cierto es que estoy aquí...”, e invitar a los madrileños a una peculiarísima excursión cultural al corazón del liberalismo rampante que dibuja las tinieblas del sanchismo en múltiples cuadros de exposición callejera. Una colección artística enteramente vendida a un precio admirable el pasado 4-M.

Así es el mundo del arte y también el de la política, las entendamos o no, hay que respetar todas las opiniones por extrañas que parezcan. En el segundo día de aquella memorable incursión en Madrid, madrugamos para dirigirnos al Casón del Buen Retiro y disfrutar en directo del Guernica. Cuando estuvimos frente al cuadro, la jefa de estudios que nos acompañaba no pudo reprimir su risa floja y ante el asombro del resto de visitantes soltó en alto: “A mí que me perdonen, pero esto es una mierda”. Sabíamos que tenía afición al vino, pero no que se levantara de la cama con él y mucho menos que desconociera su incompatibilidad con las formas cubistas. Junto a la profesora de Bellas Artes, la llevamos entre varios a tomar un café y obtuvimos de recompensa un segundo desayuno pagado para que la cosa no se filtrase al regresar al instituto.

Lo de invitar al primer café del día debe de ser una tradición en Madrid, donde a Ayuso le acaban de dejar pagados, como mínimo, todos los que se quiera tomar en los próximos dos años. Aunque su éxito no estuvo precisamente en la cafeína, sino en su desafiante desobediencia a las normas sanitarias recomendadas, una procacidad que siguieron sus votantes al grito de “A la mierda las porras de Rosendo, bienvenidas las cañas y el rocanrol de la presidenta. Si la pandemia ha de acabar con todos, que nos pille bebiendo en las terrazas”. Para qué guardar las formas si es más divertido darle Leño a La Moncloa: “Descuélgate del estante/ y si te quieres venir/ tengo una plaza vacante... Maneras de vivir”.

Madrid es un laberinto donde, como describía Sabina, los pájaros visitan al psiquiatra. Hay que aceptarla como es. A fin de cuentas, cada uno en su casa es muy libre de romper los platos como quiera.

07 may 2021 / 01:00
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