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Manicomio o libertad

Como presidenta vuestra que soy, os debo una explicación y esa explicación que os debo os la voy a pagar: vivir a la madrileña significa que aquí todos podemos ir a los bares a esparcirnos un ratito. La candidata popular Díaz Ayuso es la candidata popular Díaz Ayuso, una manera de ser personal e incomprensible, pero en esta campaña también podría ser tranquilamente Pepe Isbert en el balcón de Villar del Río. Si Berlanga aún estuviese entre nosotros y tuviese ganas de ponerse a rodar, ya no tendría que escribir el guión. Esta presidenta se lo daría hecho: cada día que pasa reinventa una escena del mejor surrealismo español que ni la mismísima genialidad de Rafael Azcona podría mejorar.

Ahora resulta que lo más peculiar de Madrid es poder ir a los bares. Menos mal que no tienen vino propio, sino ya sabríamos de donde le viene la inspiración. Pero esta mujer, ¿qué cree que se hace en el resto de España, sino ir a los bares? Si tan hermosa le parece esa cultura de barra y grifo de cerveza, si llega a conocer las tabernas típicas gallegas o el tasqueo de esta tierra, elevado a arte en bodegas de Ponteareas o Padrón, alucina por colores.

El ir a los bares, según la presidenta Ayuso, es el principal signo de distinción de la vida madrileña. Como le votan por frases como esta, puede que tenga razón y sus museos únicos en el mundo y sus teatros, comenzando por el Real, sean delicatessen para que devoren sólo los turistas. Lo de los madrileños es quedar a beber en los bares. La propia reina Sol –la que reina desde la Puerta del Sol, queremos decir– a menudo debe de celebrar sus reuniones en estos lugares, porque como segunda característica de la comunidad que gobierna citó el poder perder de vista a las exparejas. Hay que ser consciente del empuje electoralista de este enunciado, que si fuese cierto tendría un poder de absorción de población más potente que la bajada de impuestos y el dumping fiscal que desde Cataluña denuncia el republicano Gabriel Rufián.

Inés Arrimadas y Edmundo Bal, las únicas velas que quedan en el entierro de Ciudadanos, podrían contradecir esta teoría de nuevas posibilidades sentimentales idílicas de la presidenta madrileña, ya que ellos cuando Toni Cantó les presentó el divorcio lo tenían bien lejos, en la Valencia de las aburridas paellas caseras y bares tristes y vacíos, pero justo cuando esta separación se concretó se trasladó a Madrid víctima del efecto llamada de Díaz Ayuso.

El combinado orange 0,0 de Albert Ribera tuvo su éxito porque se acercó a los Ciudadanos, pero Ayuso se lo bebió de un trago porque dirige a esos Ciudadanos a los bares y le añadió al naranja unos generosos largos del vodka que exporta Putin, un comunista suigéneris del que no descarta conseguir un producto todavía más efectivo para su población, la vacuna Sputnik V. Por eso Cantó, que pertenece al mundo de farándula, se mudó de acera y se dejó seducir por el terraceo de la señorita Díaz, cansado de un tedioso peregrinar que inició con Rosa Díez, antes de arrimarse a Arrimadas.

Pero, pese a todo, hay que reconocerle a Ayuso su mérito para navegar sobre las aguas de esta insólita campaña a bordo de este binomio de ideas imbatibles que conforman el ir a los bares y olvidar a tus ex. Dos circunstancias de la vida que en demasiadas ocasiones van de la mano y que en otros sitios que no sean Madrid pueden resultar un cóctel brutal que incita al alcoholismo y la depresión, pero en la capital de España no, porque allí todo es liberación y liberalismo. Como presidenta y candidata que es, así lo proclama Ayuso, que sin ruborizarse se agarra al binomio referido para hacer naufragar el que le propone el socialista Ángel Gabilondo, que habla de sanidad y educación, una dupla más elevada pero que no cuaja porque son dos temas sosos y serios que no se suelen tratar en los bares.

A Gabilondo tanto concepto simple de la lideresa del PP le despista y su defecto es que no es una persona que visite los bares, aunque a veces lo parezca cuando se pone en modo Rajoy y nos sorprende con perlas como esta: “He encontrado a tanta gente que no piensa como yo que ya dudo de si yo pienso como mí mismo”. Imposible resolver esta duda sin la ayuda de un bar, de ahí el éxito de su antagonista popular.

Y ya en el éxtasis de su teoría de la Restauración –relativa al comer y el beber, aunque a la Borbónica tampoco le hace ascos–, con la lucidez del último cliente acodado en la barra, Ayuso asegura que la libertad es connatural a su Madrid y como allí no existe en el resto de España. Por la parte que le toca, estaría bien conocer la opinión de nuestro presidente Feijóo, al que su homóloga debe tener por un pequeño dictador impregnado del social-comunismo que derrocha el Gobierno de Sánchez e Iglesias que sólo su citación a las urnas pudo quebrar. Para mí, que el dulce licor de Ayuso desagrada en las tascas periféricas del PP.

30 abr 2021 / 01:42
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