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Esta pandemia nos ha cambiado la forma de vivir, y aún sentimos con frecuencia el declive del poder político y militar estadounidense, pero jamás su fuerza simbólica ha sido tan alta entre nosotros, empotrada en nuestros actuales hábitos europeos. La metafísica norteamericana ha tenido un doble efecto muy sencillo que explica su éxito popular en los territorios que invade, no siempre destruyéndolos militarmente. Se puede resumir así esa eficaz pragmática de dos caras, profundamente “espiritual” en el peor sentido de la palabra. Por una parte, una simplificación adolescente -take it easy, just do it- de los contenidos reales; por otra, una complicación artificial y espectacular de los escenarios de la ficción social, a ser posible plagados de focos.

El cine de acción estadounidense, y en cierto modo el propio cine es un invento “americano”, no deja de conectar con la violencia -no solo en el western- de unos átomos sueltos perdidos en un fondo desértico. Por eso es tan necesaria en la cinematografía norteamericana que se dé una situación excepcional -guerra, esperpento cómico, juicio, catástrofe- para que se produzca un encuentro comunitario.

Adelgazar la existencia y engrosar el poder civil. Aislar las viejas vidas mortales y conectar su reanimación económica, a ser posible con un toque de comedia. Hasta la comedia, un género de amplio recorrido estadounidense, debe convertir el infortunio en una industria de ventas. Si todo va fatal, nada de tragedias, intentemos hacer reír a los demás. La viveza del espectáculo norteamericano, de la comedia al music hall, proviene de un autismo de fondo que permite una espectacular agilidad escénica. EE.UU encarnan una cantera de excelentes actores porque se han arrancado -esa es la Gran Migración- lo atávico de sus corazones. No les queda entonces nada realmente vernáculo que les frene. Esto es lo que tienen contra el Viejo Mundo, desde Europa y Rusia hasta el orbe musulmán o latinoamericano. Es preciso romper con el “comunismo” sin programa de la vieja vida terrestre. Intentemos recordar una sola nación comunitaria que no hayan intentado bombardear: es imposible. Balcanizar y federar: este es el mensaje, convertido hace tiempo en ágil medio imperial. Solo secundariamente son una nación bélica, como dirían al unísono Chomsky y Michael Moore. Primeramente, son el mayor disolvente cultural del mundo. De ahí sus eternas tensiones internas entre el estado federal y la vida local, entre la nación elegida por Dios y las mil sectas interiores que conspiran por su cuenta.

El éxito de la llamada americanización es lograr despreciar con una fluidez casi total el exterior terrenal que Occidente ha conseguido ignorar. Nuestro supremacismo puede así ser sonriente y adoptar un aire indie. La vocación de limpieza que nos caracteriza no es étnica, sino antropológica y cultural. Todo vale, también las etnias, las lenguas y sexos minoritarios, con tal de que se conserve en modo vibración, es decir, como una leve turbación identitaria o turística. En este punto es genial, y solo un judío podía atreverse a hacerlo, el texto de George Steiner “Los archivos del Edén”, incluido en España en Pasión intacta. Steiner vincula la actividad archivadora de la cultura norteamericana a una voluntad puritana que quiere a toda costa fundar un presente limpio, que guarde el laberinto del viejo mundo en un museo. Furiosamente liberada de ancestros y elementos contaminantes, el emergente Edén debe pasar cuanto antes a una ordenación compatible con la limpieza cristalina del registro digital. Antes y después de la actividad militar de los aparatos de vigilancia, se trata así de facilitar la labor sectaria de congelar el fondo ancestral del presente. Tal vez esa es la usura de fondo que tanto incomodaba a Ezra Pound.

Todas las formas de velocidad a las que desde hace tiempo cedemos necesitan un presente libre de la lentitud de los espectros, que son orillados para los efectos especiales del fin de semana.

26 sep 2021 / 01:00
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