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Mejor cuanto más lejos

    LA MEJOR realidad parece ser ahora la que está más lejos. Aunque muestre los cataclismos del primer universo en esas fotos imponentes: nos parece arte, aunque en realidad es el origen de casi todo. Por lo que sea, el espacio se ha puesto otra vez de moda. Imagino que por la necesidad de tomar distancias de esta realidad peligrosa y triste que nos arrojan a menudo, casi a diario, los titulares de los informativos. Sí, mejor cuanto más lejos.

    Pero el universo es un lugar peligroso. Idealizado por el cine, la literatura, y por nuestros sueños. Pregunten a los científicos, que es a los que hay que preguntar. No obstante, parece que en él está nuestro futuro. Se notó mucho en la cantidad de entrevistas y portadas que recibieron esos dos muchachos treintañeros, Pablo Álvarez y Sara García, que han sido escogidos entre casi 23.000 aspirantes por la Agencia Espacial Europea para abordar las próximas conquistas. Modernos exploradores (bercianos, por más señas) que vienen a inaugurar las listas de los empleos que se avecinan. Quizás el de astronauta sea pronto uno de los menos extraños. Los habrá mucho más, estoy seguro. Pero, ¿qué pensarían de los nuestros la gente de Medievo?

    La fascinación por lo desconocido, lejano, pero también a veces cercano, suele llegar en tiempos de desolación y barbarie. Hay un cambio en marcha, lo percibimos todos, hay una soterrada revolución, o no tan soterrada, pero, como es lógico hay cosas que se resisten. Y qué diablos, hay cosas que están muy bien. Pero estos tiempos de incertidumbre son siempre los más peligrosos: son los tiempos de esa bola de tenis del ‘match point’, citemos a Woody Allen, que no termina de decidirse a qué lado de la pista debe caer.

    Creo que la gente se va apartando de las grandes palabras, más ahora que surgen mesías y líderes políticos con demasiado espíritu épico y poca sintaxis. Hay un movimiento hacia el interior, hacia lo pequeño, que descree de los bocazas, ya sean al natural o en las redes sociales. Y un movimiento hacia el espacio, como liberación posible, como promesa de algo que ha de venir, aunque en realidad nada viene (meteoritos, dicen), sino que hemos de ir nosotros. La carrera espacial se ha reactivado y lo mejor es olvidarse de su variante terrestre, o sea, la variante geopolítica. Aunque exista, porque conquistar nuevos mundos también fue, o sobre todo fue, una cuestión política. Ahora, probablemente, va a ser una cuestión de supervivencia. Por eso las alabanzas a Pablo y Sara, astronautas futuribles: hoy su profesión ya se ve con entera naturalidad.

    Ayer, sin ir más lejos, o más bien yendo muy lejos, la nave Orión se distanció de la tierra 430.000 kilómetros. Allá donde los ángeles no se aventuran (no he podido resistirme). Es la nave, con capacidad de ser tripulada, que ha viajado más lejos, en efecto, y va marcando el camino, ella, y sobre todo el satélite Capstone, a los futuros Pablo y Sara: ahí se diseña la trayectoria, la órbita, que seguirán los inminentes habitantes selenitas. Como la realidad real está imposible, hay que dedicarse a la que está por venir, a la que soñamos. Este es un mal momento, lleno de ruido y barullo, atacado por patéticos charlatanes que hacen su agosto. Nadie se explica cómo pueden tener cierto éxito. Pero creo que hay futuro. No habrá camareros, pero hay astronautas.

    30 nov 2022 / 01:00
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