Memorias y secretos
LA aparición del libro El jefe de los espías, escrito por los periodistas de ABC Juan Fernández Mirada y Javier Chicote, en base a las confidencias contenidas en las notas personales conservadas por el teniente general Emilio Alonso Manglano, director del CESID, hoy CNI, entre 1981 y 1995, confirman hechos sabidos y publicados durante todos estos años.
Y alguno de ellos, en función de los recuerdos del general de sus conversaciones con Juan Carlos I, resultan harto sorprendentes de la fangosa desvergüenza con que se cubrían las andanzas de quien era Su Majestad Católica. Durante tantos años, gracias entre otras cosas, a la labor del leal jefe de la Casa Real, Sabino Fernández Campo, la prensa adormecida miró para otro lado.
Uno de los aspectos más insólitos de la historia reciente de España es la implicación del CESID para dar cobertura a las aventuras amorosas de Su Majestad Católica Juan Carlos I, porque antes de que Félix Sanz de Santamaría hiciera el nada honroso papel de intermediario en las relaciones de Juan Carlos I con Corinna Larsen, los servicios de Inteligencia española ya protegían las aventuras del monarca en sus tratos con otras amantes famosas. Todas fueron bien pagadas, en unos casos a cuenta del erario público, en otro, de las comisiones que cobraba el rey honorífico por sus intermediaciones en negocios internacionales.
Uno queda perplejo cuando leemos lo que sobre sus propias gestiones para intermediar en los asuntos de cama del rey, el general Manglano, hombre de tan profundas convicciones religiosas que está a punto de adoptar el sacerdocio, se encargue de buscar a Juan Carlos un discreto picadero para sus aventuras de cama, cuando éste le pide que desempeñe esa nada gloriosa misión. Y confirma el chantaje a que Bárbara Rey sometió, en dos fases, a Juan Carlos, y cómo la pagaron con cargo a los fondos del Estado.
A María García, Bárbara Rey, la primera vez, le ofrecen una casa en el extranjero y 4.000 millones de pesetas. En la segunda ocasión, se le entregan 100 millones de pesetas y otros cincuenta de pago regular hasta alcanzar los 600, más programas en la televisión pública. O sea, que plenamente confirmado.