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Minurso, la promesa

    NOS dijeron que había un comité de expertos en Sanidad, y nos alteramos cuando no lo hubo. Nos dijeron que las mascarillas no eran necesarias, y nos quedamos atónitos cuando resultó que eran imprescindibles. Nos dijeron que salvarían a la hostelería, y los propietarios siguen ahogados. Por remontarnos algo más en el tiempo, nos hablaron de desaceleración económica, de pequeños hilos negros, de una España que no sería rescatada, de consenso entre las fuerzas políticas y de tantas otras promesas más. Con todas ellas, incumplidas, nos alteramos y las repetimos una y otra vez iniciando la frase por “también habían dicho que...”.

    A los saharauis les prometieron en 1991, en una fallida y enterrada misión de la ONU llamada Minurso, que se buscaría una solución al conflicto territorial en el que terceros en discordia se repartieron el pastel sin dejar nada al cumpleañero. Una salida en forma de referéndum de autodeterminación. Primero Mauritania y después Marruecos, principal culpable de la situación actual, con la connivencia de España, el que antes cortaba el pastel, y de Francia.

    El alto al fuego llegó en ese año 1991, con la promesa de que los saharauis tendrían lo que es suyo y podrían recuperar las tierras fértiles que siguen explotando otros. Han pasado ya tres décadas y lo único que han disfrutado los saharauis son las ayudas humanitarias de las organizaciones que pisan el terreno y las infraestructuras que les proporciona Argelia en los campamentos de refugiados.

    Para entender el conflicto del Sáhara, hay que pisar la arena. En 2017 Marian me abrió la tela de su jaima junto a otros compañeros que llegamos a los campamentos de Tinduf para poner en valor el papel de los medios de comunicación, en concreto de la radio, como hilo comunicador entre las familias separadas por el muro de Marruecos. El muro de más de 2.000 km que dejó a un lado los territorios saharauis ocupados y, al otro, los territorios liberados: los más pobres y áridos del desierto.

    El hijo pequeño de Marian no llegaba a los cinco años. Mientras sus hermanos pasaban la mañana en la escuela, él se quedaba entre adultos dibujando e inventando canciones. Según nos explicaba su padre, en esas letras del benjamín de la casa se habla de liberación. Con las palabras propias de la edad, expresaba su mayor deseo: un día llegarán los marroquíes y los saharauis les vencerán y volverán a sus tierras.

    En el Sáhara, las generaciones heredan una promesa, la promesa de la liberación y permanecen en el desierto más pobre del planeta con el único deseo de no traicionar a su pueblo. Si ellos permanecen allí, la lucha seguirá. Si se rinden, aceptan el yugo marroquí, y vuelven a los territorios ocupados, el Sáhara nunca será de los saharauis. “Me da igual iniciar la guerra, no tengo nada que perder, lo único que teníamos lo hemos perdido”, explicaba Tiba en ese 2017. Es uno de los que hace unos días se sumó a la lucha armada iniciada por el Frente Polisario contra Marruecos.

    En ese viaje otro saharaui pronunció una de esas frases que quedan grabadas, lo hizo en la zona más cercana al muro a la que se permite el acceso ya que unos metros más allá nadie garantiza que la tierra esté libre de bombas. “Mi padre murió en combate, si tengo que morir por la causa, moriré, pero ellos no van a ganar”. Es una cuestión de promesas. Una promesa política, olvidada, ya con poco peso. Y una promesa moral, firme y fuerte.

    25 nov 2020 / 00:00
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