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Mirando hacia arriba

    HAY que ver la capacidad de enganche que ha tenido la ya famosa película ‘No mires arriba’ (si no la has visto, parecerás raro en la oficina), en la que, según el argumento, un meteorito, o más bien un cometa, está a punto de caer a la Tierra con consecuencias devastadoras. Escuchando a la mayoría de los personajes (quizás no a todos) uno llega a la conclusión de que no sería la inteligencia la más damnificada por el impacto. No precisamente.

    La otra noche regresé a mi serie documental favorita, ‘Drenar los océanos’, de National Geographic, que iba precisamente del gran impacto de un meteorito gigantesco en el Golfo de México: sí, ese que acabó, al parecer, con los dinosaurios.

    Todos hemos visto recreaciones de aquella catástrofe (cómo el cielo se cubrió, cómo la muerte se extendió al tiempo que lo hacía la oscuridad). En el documental uno de los científicos encargados de vigilar el cielo aseguraba que los pedruscos más gordos están localizados, o al menos de eso es de lo que se tenía constancia en la comunidad científica. No pude dejar de pensar, sin embargo, en la conexión directa que el oportuno documental mostraba con la película de moda.

    Ayer, mi querido y admirado Manuel Vilas le dedicaba un artículo a ‘No mires arriba’ en ‘El País’, ‘El poder de la sátira’, del que cabe colegir que la cinta le ha gustado, no tanto como película de catástrofes (aunque en algunos aspectos sí que es catastrófica, sí) sino como ejercicio de sátira grotesca del poder. Le encuentra semejanzas con un libro genial, ‘Queridos niños’, de David Trueba (éste no deberían perdérselo, es cierto).

    Vilas es un celebrador de la risa y de la alegría, eso lo sabemos, pero yo siento no coincidir en su visión tan optimista de ‘No mires arriba’. Ya escribí aquí sobre ello, no hace muchas fechas. Más que una sátira es una caricatura, pero una caricatura de película, me refiero, aunque pretenda serlo de la realidad. Bromista y con ganas de reírse de sí misma a veces: eso es lo mejor.

    No sé si tenía razón ese crítico (creo que de ‘The Guardian’, el periódico de moda en este país), que aseguraba que valía como ‘sketch’ larguísimo de ‘Saturday Night Live’. Bueno, yo he visto mejores sátiras en el programa televisivo. Más elaboradas. Pero comprendo que, si Adam McKay quería mostrar la estupidez que reina, al parecer, en las altas esferas del poder, mejor no hacer bromas muy inteligentes ni comentarios muy ácidos (la mayoría son previsibles). Será por la credibilidad. Lo malo es que ni siquiera los personajes supuestamente profundos, los científicos del filme, dicen nada especialmente ocurrente ni complejo, más allá de repetir varias expresiones de alarma sobre la estupidez presidencial, y alguna frase de esas tan trascendentes como cursis.

    ¿Es este el lenguaje que entendemos? ¿Se marcó Netflix el objetivo de llegar a un público amplio, pero sobre todo a un público joven, habitual en redes, y buscó para ello un argumento basado en el juego directo, con guiño trumpiano en la figura de Meryl Streep? Es posible. Más caricatura que sátira, me parece. Pero caricatura simple, de trazo grueso, aunque, como ya dije, tal vez eso esté hecho a propósito. La simplificación del arte es paralela a la de la sociedad, pero uno esperaría algún personaje que dijera algo más que lo obvio. Para analizar la simpleza del ejercicio del poder tal y como aquí se hace, y mostrar la frivolidad e ignorancia, hay que elaborar sátiras que no caigan en lo superficial, si bien es cierto que, como dice Vilas, la propia ciencia sale malparada: nuestro científico se pirra por los focos.

    13 ene 2022 / 01:00
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