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Mirar hacia otro lado

    QUIZÁ vaya en la esencia misma de la forma de ser españoles, si es que, en el fondo, existe tal. Pero no dude ni usted ni yo que se nos da muy bien, ese espléndido lugar o lado que se llama indiferencia. Somos indiferentes y tolerantes a un mismo tiempo. Frente al reproche moral, al cainismo visceral y el aplauso a conductas y comportamientos sumamente reprobables y nada ejemplarizantes, máxime si aquéllos que han de ser espejo al que mirarnos acaban siendo espejo y reflejo de lo que nunca debió ser con la aquiescencia silente del poder, los medios y una sociedad atiborrada de hedonismo y saciedad omnisciente y contemplativa de la corrupción.

    Mirar hacia otro lado es una actitud y también una omisión. Miramos como acción, callamos como omisión consintiendo y dando por pasable, aceptable lo que no debe ser. Sin pedir explicaciones. Aquí paz y después, después todo lo que venga porque somos una sociedad con unas tragaderas increíbles y poco o escaso juicio crítico. Nosotros somos de escándalos y de prensa rosa, tolerantes con el cotilleo y la verbalización absoluta de toda hipocresía.

    Silencio en platea. Que la coreografía ya venía montada. Huidas sin explicar, llegadas bien dosificadas y alteradas por una liturgia medio verdad medio mentira de hechos consumados y de archivos oportunos. Pues todo en el fondo es una archivación sumarísima y a la vez de una impetrada que no impostada amnesia muy pero que muy selectiva. Nadie se asuste, es la forma de ser españoles, no hay otra. Recordemos al maestro Valle-Inclán y lo que una vez dijo de otra salida o huida, tal vez, cada uno ve las cosas desde el espejo que simplemente quiere o está dispuesto a proyectar su indiferente y a la vez descuidada mirada.

    Tiempos de silencios muy calculados mientras los palacios ondean al viento sus pendones con gracejo mordaz y aliento a un pasado que no termina de pasar pero que todo, aparentemente, se condona o perdona. Y no, no todos somos iguales. Ni ante otros ni ante la justicia. Pero dicho en un discurso, rellena audiencias y maquilla los requiebros de la ambición y el feudo de la comisión. Por qué callamos, por qué miramos hacia otro lado tan a menudo y no somos más exigentes con aquéllos que deben serlo y quiénes expían sus pecados con el sonrojo de un descaro de aquí no ha pasado nada en la atalaya de la inmunidad de hacer, de pensar, de dejar y creer.

    Porque de aquellos barros muchos dejaron hacer, o no dijeron nada o prefirieron mirar, como hoy, a otro lado. Se llama reconciliación con las heridas abiertas de los males morales que aquejan a una sociedad. Pero que ni usted ni yo vamos nunca a poder erradicar salvo en nosotros mismos, como aquéllas, vetustas y pueblerinas cataplasmas de efímeros y somnolientos pasados que a veces solo son malos recuerdos.

    Vítores y aplausos, curiosos y curiosidades para una España muy divertida y que se divierte con todo espectáculo sin el receptáculo de la conciencia ni el valor o juicio crítico de buscar la verdad, la justicia y la rectitud. Malos tiempos para conciencias críticas y para altavoces de objetividad en los que recoger el lamento de la verdad. El resto, todo vende. La verdad es, como en toda guerra, la primera víctima. Aplaudan que platea se ha puesto toda en pie.

    21 may 2022 / 01:00
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