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Misterio y belleza

Por Julián Barrio, Arzobispo de Santiago de Compostela

La memoria revive los hechos pasados. En el año 2011 celebrábamos el VIII Centenario de la Consagración de nuestra Catedral de Santiago. Hoy la admiramos llena de belleza gracias al cuidado proceso de restauración que se ha llevado a cabo. Merece la pena acercarse a ella por la armonía artística y por la misión que realiza. Hablamos de esta Catedral como maestra, cuando explica la fe a través del Pórtico de la Gloria, como hospitalera cuando acoge al peregrino, o como la guardiana que vela ante la tumba del Apóstol Santiago el Mayor. El sonido premonitorio de sus campanas nos acompaña desde la primera hora del día, desperezando nuestra monotonía y apuntando al sentido transcendente de nuestra existencia.

“Muy frágil es la belleza...”, dejó escrito el poeta latino Ovidio, lo que certeramente se aplica a la belleza humana, a la que inspira la naturaleza y también a la creada por la inspiración humana. Incluso es frágil la belleza conseguida al levantar con recio y duro perpiaño granítico, en sucesivos momentos y estilos, una construcción tan sólida, equilibrada, y necesitada de cuidados como es la Casa del Señor Santiago. Su rehabilitación fascina y sobrecoge a la vez. Cuidar su estructura arquitectónica y sus aspectos artísticos para entregarla en las mejores condiciones posibles a generaciones posteriores, es un objetivo permanente.

El papa Benedicto XVI subraya dos elementos del arte románico y gótico que debemos considerar pastoralmente: tener en cuenta el alma religiosa que inspiró estas obras, y descubrir que la fuerza del estilo artístico y el esplendor de las catedrales nos recuerdan que la belleza es un camino privilegiado para encontrarse con Dios.

La construcción de nuestra Catedral se iniciaba en el año 1075. Entre las muchas obras del obispo Diego Peláez, “ninguna de ellas es comparable a la empresa de levantar un Templo digno, por sus dimensiones, por su estructura, por sus formas arquitectónicas, por su riqueza estructural, del gran Apóstol, Patrón de España”. Digna de aprecio fue la colaboración de muchos peregrinos, pudiendo decirse que en la argamasa empleada en la fábrica de este Templo está su sudor. El Arzobispo Pedro Muñiz la consagró, asistiendo nueve Obispos, y estando presentes el rey Alfonso IX, su hijo Fernando y otros Grandes de la Corte. La celebración tuvo la solemnidad y la magnificencia de que fue capaz un rey tan generoso.

Para quien observa nuestra Catedral la pregunta recurrente es de dónde ha podido salir tanta belleza. Pero no debemos olvidar la dimensión pastoral de la misma en su proyección moral y social. En ella se refleja el acontecer de la ciudad y de la diócesis, y las inquietudes de tantos peregrinos que en esta meta de peregrinación han encontrado sosiego, respuesta a sus interrogantes y esperanza en sus búsquedas.

No se alzaron las catedrales en el centro de las ciudades sino que las ciudades se formaron en torno a sus campanarios. No las creó el genio europeo sino que como en nuestro caso Europa fue conformándose a través de ella con la memoria del Apóstol Santiago. Son un signo de lo sagrado. En este sentido una catedral no es sólo bella, es sagrada. Chateaubriand decía que “no hay nada bello, dulce ni grande en la vida que no sea misterio”. Según Mircea Eliade es una hierofanía: un material objeto común en el cual habla lo sagrado. “Desde la primera abadía, decía el ministro de Cultura André Malraux, hasta la última catedral no olvidemos que se trata aquí de lo divino... No hablo sólo de la arquitectura, cuya acción fue evidente, sino de lo sobrenatural que aportaba la catedral al dominar la ciudad, también del infinito espacio que imponían las perspectivas de su luz y sus vidrieras. La nave de la catedral habrá llegado a ser el corazón del mundo, porque la catedral habrá llegado a ser su espejo”.

También en nuestra Catedral emerge el misterio. En ella veneramos el sepulcro del Apóstol, y nos admiramos ante el Pórtico de la Gloria y el esplendor de la Capilla Mayor. El sepulcro del Apóstol es el testimonio de que el compromiso cristiano no es una realidad monumental o una pieza de museo sino un dinamismo manifestado en expresiones de espiritualidad y de fe, que se actualiza como una opción de vida desplegando su eficacia y su vigencia también en el momento presente, recordando la tradición apostólica.

El Pórtico de la Gloria es la percepción de “levantarse de la historia al misterio”. La historia es asumida en lo divino pero no se confunde con lo divino. Hay una historia de la salvación como resalta el Pórtico de la Gloria que “se proponía franquear el paso a todo el que se acercara a la casa del Señor Santiago, mostrar el poder y la gloria del Señor y ser consuelo y descanso tras un largo camino”. En esta obra la eternidad se hace tiempo, la gloria de Dios fascina, y la piedra refleja la vida imperecedera , para animar nuestro peregrinar con las sandalias de la esperanza.

El esplendor de la Capilla Mayor es un icono de la Jerusalén celeste. El rito, el misterio, y la tradición siguen siendo en el tercer milenio un instrumento susceptible de expresar el sentido profundo de la existencia humana y de la vida cristiana. Necesitamos la belleza, la bondad y la verdad para no caer en la desesperanza y resistir a la usura del tiempo.

Podemos decir con Thomas Merton: “El arte nos permite encontrarnos a nosotros mismos y perdernos al mismo tiempo”. Nuestra Catedral, como realidad viva, da testimonio de ello. Disfrutemos de su contemplación, sintiéndonos orgullosos de ella como se han sentido y se sentirán sin duda las sucesivas generaciones.

17 abr 2021 / 01:00
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