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Murallas al mar

    Pude, de nuevo, escapar con el capitán a mis refugios itálicos, amigo y extremo erudito, antes de que la amenaza de cerrar fronteras cumplirse pudiera. En otras zonas de Europa la alegría vuelve, saltando de la mano de la prudencia, no tan abundante en nuestras tierras. Ni siquiera los ingleses vuelan apenas a las playas que despertaban muchas mentes aturdidas por la noche con baños de cerveza. Ahora vuelven a descubrir su campiña. También son muchos los españoles que decidieron no moverse en estos tiempos pestilentes y quedarse en casa o volver a la tranquila aldea, lejos de las ciudades.

    Varios amigos nos encontramos habitualmente en las tierras de Miguel Ángel Buonarroti y Leonardo durante el verano, artistas y escritores que compartimos fiestas, cenas, excursiones a lugares míticos, lecturas, libros y descansos. Pero este año apenas hay conciertos, apenas cantan los tenores y parece que hubieran de nuevo castrado como en los siglos barrocos las voces, por miedo a la epidemia, por temor a perder la vida cuando tal vez sienten ya tarde que tanto ha florecido, mientras entregaban a los demás quejidos entristecidos. He visto muchos que temen moverse, tomar un avión, introducirse en un tren que les lleve no se sabe a donde. Hay quienes entre las líneas de la historia su destino extravían.

    Paramos en la bahía de los poetas, donde cenamos exquisita pizza elaborada en horno de leña -la misma que quisieron prohibir algunos burócratas de la Unión Europea, delicias regadas con buen y fresco vino. Después, nos acercamos a la gruta de Byron, en un entorno donde otro gran poeta, Shelley, murió ahogado, como ahora todos nos ahogamos. La luna riega las murallas que en ventanales sobre los abismos se quiebran. Rugen las olas en los acantilados. La fortaleza de los Medici en lo alto, con tenebrosa figura, nos observa. Elevada capilla paleocristiana y longobarda, con sus arcadas románicas, cual un balcón sobre las simas, nos custodia. Nos zambullimos en aguas que temibles rugen para devorarnos. Arriba, unas jóvenes danzan, pero su música no nos alcanza. La vida canta y a veces no la escuchamos, derrochamos sus primaveras y en verano sus frutos desdeñamos. Las defensas se hunden en los farallones que se desmoronan con grandes bloques de piedra, dejando los bosques de sus raíces colgando sobre las profundidades.

    Hemos perdido la seguridad que nos daba la ciencia, la economía, la estructura política que, a menudo pese a nosotros, nos habita. Imposible es mantener el control sobre todo. Hemos de aprender a nadar en la noche, entre tiburones y rocas amenazantes. Pero flotamos, todavía, y la vida sobre el vacío se eleva y continúa. Damos gracias a Dios, porque un día nuevo se elevará y veremos el amanecer sobre los montes saludarnos entre ríos de celeste sangre. Los mortales, siguen caminando, algunos sonrientes.

    07 ago 2020 / 00:15
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