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Niveles de vida

    LAS aristas del lenguaje cotidiano no se han suavizado mucho por el encierro ni por el miedo. El vocabulario que se maneja en tertulias, o en los micrófonos callejeros, sigue siendo bastante tenso, cuando no hiriente, lo que demuestra que a veces es mejor descolgarse de la realidad, desligarse de ella, hasta donde se pueda, claro. No se evita la realidad sólo por decirlo. Es persistente y bastante dolorosa. Molesta, por ejemplo, que se hable poco de los desfavorecidos, que quizás son legión después de todo esto, y que vuelva a sonar otra vez el gran ruido de la política como la única música posible de las esferas. Los que no tienen nada apenas son ya una vocecita en la tarde.

    La realidad se mueve a varios niveles, en varias capas. No se comunican necesariamente entre ellas. Somos peces en un océano con niveles independientes, nadamos en corrientes distintas, algunos abisales. La desigualdad comienza a ser muy cruda cuando esos niveles de realidad se convierten en compartimentos estancos, cuando sus miembros apenas se cruzan, ni siquiera se cruzan sus miradas, porque cada uno va a lo suyo.

    La realidad despiezada implica una sociedad compartimentada. Contemplas la televisión y descubres que hay distintos discursos, según donde se mueva el micrófono, según en la capa en la que nos movamos. El lenguaje cambia, el tono también, y, desde luego, los temas que se tratan. Lo mismo que me emociona ese lento volver a las terrazas, esa inseguridad de tocar la realidad nuevamente, esa lucha por volver a la alegría de otro tiempo no tan lejano, me desaniman los que circulan por los vídeos de los informativos como seres irremediablemente desplazados del futuro, no sólo esa señora que vimos tanto ayer, buscando comida en la basura, sino los que se cruzan de brazos ante el presentador, hablando de lo suyo, de su negocio frágil, de esos metros cuadrados que son su territorio y su único castillo, con la rotundidad que da el no encontrar salidas, con la perplejidad que hace temblar su voz.

    Hay muchos niveles de lenguaje. O niveles de vida, como diría Julian Barnes. No hay ya un discurso homogéneo, ni todos hablan para todos. Somos peces en nuestra corriente particular, vemos pasar los grandes ejemplares, esperamos la caída lenta de los nutrientes, esperamos que las aguas se mezclen, pero algunas están frías y oscuras. Ya no hablamos de lo mismo ni entendemos el significado de las palabras de la misma manera.

    Contemplas los informativos, escuchas las frases callejeras que van cayendo en los micrófonos plastificados, y descubres que el ruido de la política aumenta sin cesar sus decibelios, y que el lenguaje se desplaza por zonas, con sus bancos de sustantivos como sardinas de plata. Aunque el tema es el mismo, el único, las palabras elegidas son otras. Nada es peor que este babel extraño en el que ya no somos capaces de entender al otro, porque habla desde un lugar diferente de la corriente del océano. Nada es más dañino que ese instante en el que la realidad no suena igual según el nivel en el que habitas, según la capa en la que te alimentas.

    Ahí estamos, peces desorientados en el inmenso océano de la pandemia. Antes de caer en las aguas oscuras, donde sólo hay silencio, quizás escuchemos el grito de felicidad de los últimos delfines.

    20 may 2020 / 00:14
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