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Noche de cena en el Prado

    MEJOR noche de cena que noche de guerra, dónde va a parar. Me acordé ayer de los traslados de las obras maestras de nuestra pintura a Valencia ante la amenaza de las bombas, en aquellos días de odio y horror, como ahora sucede en Kiev. Imagino la búsqueda de sótanos, el amparo de alguna iglesia lejana y poco visible, donde esconder bellezas irrepetibles. El alma de los pueblos. Juan Cruz, siempre con una frase inteligente en la boca, lo recordó también, en el 24 horas de Xabier Fortes. Todo vuelve, en algún lugar.

    Pero los dirigentes del mundo, reunidos en este nuevo tiempo de guerra, dicen que el más peligroso de la historia reciente, fueron llevados al Museo del Prado, realidad y símbolo. El arte libre construye las democracias, es parte de su argamasa. Y el Prado tiene mucho que decir sobre la libertad. Vale más que muchas cosas: más por su espíritu que por sus lienzos, que ya es decir. Fueron llevados a una noche de cena en el Museo del Prado, un cielo protector.

    Dirán algunos que la cultura, a veces tan olvidada, o tan denostada, salva la cara de los malos momentos, lo llena todo de alegría. El arte debería ser nuestra alegría, sí. Todos los líderes y sus trajes miméticos rompieron la formalidad en un lugar hermoso. La noche en el Museo. Los turistas no pudieron ir, pero estuvo bien que tantos dirigentes dejaran de lado el crudo lenguaje de la tensión internacional por unas horas, la constatación de este tiempo feroz, para avanzar entre desnudos de Rubens, retratos de Goya y rostros en éxtasis. Pensé que era una forma de limpiarse de todo este lenguaje de los días de guerra y oscuridad. Aunque la pinacoteca cuente también, cuadro a cuadro, tiempos de infortunio. Y sí, momentos extraordinarios.

    Le pregunté a Máximo Huerta, con el que hablé ayer largamente (acaba de publicar Adiós, pequeño, en Planeta), qué le había parecido ese instante de toda la cumbre de la OTAN alojada entre los cuadros del Prado. Él, que fue ministro de Cultura por unas horas, por unos días (habla de ello con naturalidad, incluso con humor), me contestó que le había impresionado el paseo solitario de Macron de sala en sala.

    Un presidente de Francia es al final un hombre solo, dice la tradición, y Macron, que tiene el Louvre a tiro de piedra de su casa, quiso quizás atravesar por el arte la historia compartida de dos países. Emmanuel y Brigitte Macron han hecho una cumbre muy a su bola, por los jardines, por la Plaza de Colon, quitándose protocolo. Johnson, en el Prado, también hizo su ruta: señalaba las obras no con aire oxoniense, más comedido, sino con un entusiasmo que parecía verdadero, o yo qué sé.

    Esas imágenes del Prado (como las del Teatro Real, la Granja, el Reina Sofía...) han endulzado la foto final de una cumbre que, finalmente, vino a hablar de los males del mundo contemporáneo. Hemos salido mucho más armados de aquí, pero también, dijo Biden, la unión es ahora más estrecha. También se ha revitalizado Europa, pero aumentará su presupuesto militar. En fin, son los tiempos. La dureza de este nuevo mundo. Algo así dijo Sánchez, entrevistado anoche por Ferreras. Se defendió de que sus partners en el Gobierno renegaran de la cumbre y el rearme. “Esto es como si a alguien le pegan por la calle”, dijo refiriéndose a la invasión. Parecía cansado después de la movida, pero hasta Feijóo le reconoció el mérito del encuentro.

    01 jul 2022 / 01:00
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