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LOS REYES DEL MANDO

Noche en Villa Diodati

    TE preguntas cómo nace el terror. Dónde está la semilla. Anoche, por ejemplo, me instalé ante la reposición que Movistar CineÑ ofrecía de ‘Remando al viento’, esa gran película romántica de Gonzalo Suárez. Es una cinta elegante que cuenta el nacimiento del terror moderno a la manera de un hombre también elegante, de refinada estética. Suárez, por supuesto. Pero hay algo extraño en esas riberas del lago de Ginebra, tan literarias, y en la famosa Villa Diodati, donde Byron reunió a sus amigos, como todo el mundo sabe (parece que durmieron en realidad en una casa adyacente), con el propósito de ponerse estupendamente románticos. Eso implica sufrir.

    Hoy no cabría esa pose literaria, porque el personal se pondría a ver la televisión. Pero aquella noche, dicen, leían historias de ‘Fantasmagoriana’, compendio de horrores literarios, y les vino en gana escribir una historia propia, en plan competición. Ganó Mary Shelley y ganamos todos. La obra genial que ahora disfrutamos fue corregida, imagino que con un aire un tanto suficiente, por su marido poeta, pero ella recuperaría su versión de ‘Frankenstein’ más tarde, liberada de yugos, aunque admirando siempre al poeta inglés con el que había huido a Europa de los otros yugos, los familiares. Percy se ahogó en La Spezia en mala hora. Y Mary creció con su historia de terror, escrita apenas con dieciocho años. Lo mejor de su vida.

    Pensé en esto al intentar imaginar nuestros terrores, los que trepan estos meses por los telediarios y por el corazón. Hay, me dicen, un cierto estallido de estas historias, fundamentalmente en las series de televisión, donde la violencia y el miedo siempre han funcionado, para qué engañarnos. Como los niños, miramos desde el embozo de las sábanas fingiendo miedo ante los fantasmas del cuento. Pero daríamos algo porque aparecieran. Los cuentos infantiles han jugado con esto. Y las historias para adultos no son diferentes. Vivimos tiempos en el que el miedo desempeña un papel fundamental en nuestras vidas. Un ingrediente imprescindible: para controlarnos mejor.

    Mary Shelley construyó su novela en torno a la idea del castigo que supone el exceso de conocimiento. Es el mito del paraíso, después de todo. Afortunadamente la sociedad ha perseverado en ese camino provocador. Saber más y más, a pesar de la amargura que pueda traer. ‘Frankenstein’ habla también de los progresos de la ciencia y de la medicina, que en aquel tiempo empezaban a fascinar a los intelectuales, con la electricidad aplicada al cuerpo inerte de las ranas, y otras lindezas de Galvani y esos pioneros.

    Ese temor a la reinvención del hombre, a su resucitación, sigue intacto: no sabemos qué será de nosotros, mientras los robots toman el mando, no sólo de la cafetera y la aspiradora. ¿Seremos un día seres mitad humanos mitad máquinas, controlados por nuestros propios datos, almacenados con paciencia y aviesa intención durante décadas en terroríficos almacenes? ¿Así perderemos la libertad, como el monstruo de nuestro doctorcito, que sólo quería una compañera para sentirse humano? Mary Shelly nos enseñó que el progreso es importante, pero nada es más importante que la libertad. No tendrá sentido alcanzar uno si para ello tenemos que renunciar a la otra.

    16 ene 2021 / 01:01
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